Morirse, lo que cuesta

Hace algunos días salió en la prensa una noticia que dejó frío a más de uno, pero que a su vez pasó muy desapercibida, quizás porque se muere mucha gente, más de la que nace, por tanto la noticia es la segunda y no la anterior. Pero también nos muestra la cara amarga de lo que realmente cuesta el morirse, es decir, que incluso hay que pensarlo dos veces para poder morir, que ya uno va de mala gana y encima sacuden el bolsillo que es un contento, mejor quedarse, porque morir resulta muy caro y al paso que llevamos, más caro que se va a poner.
Sobre todo cuando el lugar elegido para pasar a mejor vida es España, que en todo es diferente, hasta en esto también lo es. Cuando los diputados dicen que van a buscar una solución al problema para atajar las diferencias existentes entre los diversos lugares de la idílica península llamada España, para tratar de converger los precios astronómicos que existen en entre las diversas poblaciones, como es el caso de Cuenca, que un entierro digno, vale la friolera de 2.200 euros, Vigo algo más de 5.000 y Barcelona que sobrepasa los 6.400 euros, es decir que el morirse se ha convertido en todo un lujo, que muchos mortales no pueden soportar, pero como hay que darle dignamente lo que cada uno puede el abuso está servido, no sin entrar a valorar las cantidades respectivas de lo que cuestan las coronas, el ataúd, el nicho, la esquela, la misa y demás gabelas a satisfacer, incluidos impuestos. Que de todo hay en la viña del Señor.
Cuando digo que los diputados están dispuestos a que nos dejen morir más barato, quiere decir, que nos enterrarán más caros, porque se habla antes de hacer nada y se quedan sin realizar pronostico alguno sobre el asunto y los precios siguen la escalada del Everest, de seguir a este paso, nadie querrá morirse y los herederos, en lugar de heredar los cuatro terruños y unas calderillas, las deberán dedicar primero a dar sepultura al difunto y luego decirle a Hacienda que rehúsan hacerse cargo de la herencia que quede, porque no llega para pagar al fisco.
Nadie está exento de morirse, unos lo hacen más pronto y otros más tarde, habrá que ir pensando al momento de nacer, de abrir una póliza de decesos para el día de mañana, porque de lo contrario su entierro será sumamente costoso y no habrá quien se haga cargo de su factura por ser poco provisor y además las familias a esta altura no son como antaño, están más dispersas y sus mayores casi en el olvido, por tanto ni ellos mismos quieren morirse, porque viven de una decadente pensión y no llega para hacer el traje mortuorio que lo ha de trasladar a la otra vida.
En definitiva, que el morirse siempre ha sido un trago amargo, pero ahora ya es doblemente amargo, a la pérdida de un ser querido se suma la tajada que se lleva el enterrador, no el físico, sino el que se encarga de todos los trámites para formalizar nuestro pase de este mundo terrenal al cósmico espiritual, ahí no hay competencia, ni poca ni mucha, es un negocio asegurado en el que no hay crisis y siempre afloran clientes y a estos precios quizás por su revalorización pueden tener una grave crisis, que la gente no se quiera morir.

Morirse, lo que cuesta

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