Milagros, no

No me gusta hablar de papas, ni bien ni mal; pero de éste he de decir que me cae bien: Francisco es un papa que tiene los Evangelios bien puestos. No como otros, que silenciaron crímenes de los pederastas, callados cómplices, o fueron sus alcahuetes, llegando incluso a alcanzar la santidad; algo que no concuerda con un comportamiento semejante ni de coña.
Tenía que ser un jesuita, precisamente, y a pesar de no gozar de la “pureza de sangre” de los príncipes de la Curia, quien viniera a limpiar las porquerizas del Vaticano y retirara la inmundicia de entre sus pastores para que el rebaño no se infectara.
No diré que me he convertido, nada más lejos de mi intención; pero Francisco, el papa, me ha devuelto una parte de la confianza perdida de entre quienes dirigen la humanidad. No por eso confiaré en los Belcebús que se dedican a la política. Creo en algunas actitudes personales, pero en los milagros, no.

Milagros, no

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