Tuvo que ser un juez quien dijera dónde empieza la frontera de España en Melilla. ¡Qué vergüenza! Los ministros de Interior, de Asuntos Exteriores, de Cultura, de Justicia, o de Administración Territorial no tenían puta idea del comienzo del límite fronterizo.
Algo, por lo demás, habitual en los distintos gobiernos que hemos padecido, padecemos y padeceremos. Un montón de inútiles geógrafos desilustrados.
Menos mal que, como siempre, allí estaban los agentes de la Guardia Civil para poder orden ante tal despadre e indicar amablemente a los saltadores de alambre dónde tenían que situarse.
Lo malo es que, a falta de agua de mar y pelotas de goma, tuvieron que emplear el artesanal método tradicional, tantas veces resolutivo y democrático por excelencia: el tolete. Quizá por eso a lo que ocurría se le llamó “devoluciones en caliente”.
Los pobres desgraciados que saltaron las concertinas fueron devueltos y, según las imágenes vistas, además llevaron el lomo bien caliente.