La izquierda no da una a derechas

Entre los muchos análisis que se pueden hacer del resultado de las elecciones, la pérdida de influencia de la izquierda y de la izquierda-a-la-izquierda-de-la-izquierda es, acaso, el más significativo y, para muchos, preocupante. Quien suscribe hace tiempo que piensa que la delimitación de los márgenes entre centro, centroderecha y centroizquierda es casi imposible, y que los perfiles de la derecha civilizada y de la izquierda dentro del sistema, que son las que se incluyen en el arco político, se detienen en la frontera de Bruselas, donde toda voluntad se impone por encima de ideologías convencionales.
Así que me parece ocioso insistir, como Sánchez hace, en que el PSOE es la fuerza hegemónica de la izquierda, y la misma inutilidad creo que producen esos pronunciamientos vanagloriándose de ser la socialdemocracia pura o el comunismo ortodoxo: parece haber quedado claro que eso al elector le importa poco y le confunde mucho. Programa, programa, programa es lo que hace falta y de lo que más hemos carecido en la pasada campaña.
Digo esto porque a quienes nos gustaría sentirnos dentro de un ansia progresista, nos interesa mucho la reconstrucción de un pensamiento reformista, regeneracionista, avanzado, igualitario. No sé si todo eso es patrimonio exclusivo de la izquierda o si puede ser asumido también por eso que convencionalmente aún llamamos la derecha: veremos qué programa ofrece Rajoy en sus pretensiones de lograr esa gran coalición que a muchos, les/nos parece la única salida coherente del atolladero en el que nos han metido quienes aspiran a representarnos.
Desde ese punto de vista, me parece indiferente hablar de gran coalición o de ayuda para sacar adelante un gobierno reformista, que debe estar presidido por Rajoy. Creo que Sánchez y quienes componen su sanedrín pagarían muy caro seguir oponiéndose a participar en ese cambio posible, presidido por el PP: desde una vicepresidencia no Popular en un Gobierno conjunto se pueden impulsar muchas reformas que, bajo la exclusiva batuta de Rajoy, parecerían imposibles.
Pero Sánchez está dispuesto a no dar una a derechas, pese a los avisos de los barones de su partido. Instalado en el “no, nunca, jamás”, en la vieja política de las dos Españas parece no querer comprender lo que los ciudadanos le indicaron en las urnas. Ni lo entendió antes de las elecciones del 20 de diciembre, ni lo entendió el 26 de junio, ni parece entenderlo ahora, cuando ya incluso empiezan a disiparse los vapores de la resaca de la noche electoral.
No, pedir algo semejante a un gran pacto entre las principales fuerzas nacionales nada tiene que ver, como en una ocasión me acusó alguien en la dirección podemita, con ser un carca de derechas. Todo lo contrario: hay que abogar por el cambio posible, no por ese cambio utópico que perdió millón y medio de votos el domingo. Eso que convencionalmente se llama izquierda ha de replantearse muchas cosas, como tiene que hacerlo la derecha si no quiere caer en manos de los más extremistas.

La izquierda no da una a derechas

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