Si Franco levantara la cabeza

Vaya por delante que de ninguna manera quisiera que el dictador levantara la cabeza. Bien está donde está, o, mejor dicho, mejor estaría en otro lugar, destinándose el Valle de los Caídos a conmemoraciones menos sectarias. Pero, ahora que se conmemoran los cuarenta años de la muerte de quien fuera calificado con el adjetivo fascistoide de “caudillo”, he dado en pensar qué ocurriría si él resucitase y pudiese ver cómo anda, de desanudado, todo lo que él pretendió dejar atado y bien atado.
Ha caído en mis manos un vídeo en el que un actor que encarna la figura del desaparecido jefe del Estado aparece en los escenarios más diversos de la modernidad. Claro, han pasado cuarenta años y, si exceptuamos el miedo tradicional de los dirigentes españoles a introducir cambios para favorecer la modernización del país, así como la pervivencia de lacras que vienen de Isabel y Fernando, como la envidia, la verdad es que a España no la reconoce ni la madre que la parió. Curioso es que tengamos la oportunidad de mirar hacia atrás, precisamente cuando todo nos anima a echarle valor para encarar el futuro. No solo a escala nacional: el mundo, o una parte de él, habla de guerra, y hasta una personalidad tan apreciable como el papa Francisco se ha atrevido a decir, y no por primera vez, que estamos en la tercera guerra mundial por capítulos.
Una de las (pocas) cosas buenas de Franco fue que, quizá cansado de la guerra que él desencadenó, al menos nos libró de meternos en una de mayores proporciones. Así, si dijese, y digo, que el gallego Rajoy comparte algunas de las características de aquel su paisano que también fue llamado el generalísimo, no faltará quien se me eche encima: menuda falta de respeto hacia el presidente del Gobierno. Y, desde luego, espero que se entienda bien: no cometeré la injusticia de comparar, para nada, a Rajoy con el sanguinario militarote que tan infelices hizo a tantos; simplemente, digo que algunas peculiaridades, como el sigilo, o ponerse de perfil cuando conviene y el no involucrarse en las cosas más pegajosas, también las tiene el hombre que hoy nos gobierna. Y bien que lo está demostrando cuando echa agua a los incendios, como el que se vive en esta hora en la que los tambores bélicos suenan por todas partes y nos invitan a sumarnos a ellos: a Franco, figura que aborrezco, tenemos que agradecerle, entre otras cosas, que mantuviese a los españoles alejados de una guerra mundial que hubiese precipitado nuestro descalabro para muchos años.
Y ahí, en esas peculiaridades, acaban los paralelismos; no voy a poner en tela juicio ni por un segundo la condición de demócrata de Rajoy. Escribí hace unos meses un libro que se subtitulaba “De Franco a Podemos”. Es, una historia personal y vivida de la transición, ese camino que nos ha costado 40 años recorrer para llegar a esta democracia de la que disfrutamos. Si Franco levantara la cabeza, contemplaría con disgusto a Rajoy. Y a Sánchez y a Rivera. Y no digamos ya a Pablo Iglesias. Lo contemplaría con disgusto casi todo, lo que constituye una muestra de que algo debe ir funcionando razonablemente, pese a todo.

Si Franco levantara la cabeza

Te puede interesar