Ciudades al borde... ¿del caos?

Nunca es buen momento para paralizar una ciudad y hay manifestaciones y huelgas que deberían, por el interés público del servicio que se corta, tener una regulación específica. Lo dije en una televisión, precisamente cuando, el martes, la capital empezaba a quedarse paralizada por la protesta de los taxistas, una protesta que se extendió a numerosas ciudades. Gustó poco mi comentario y recibí algunos exabruptos. Lo lamento, pero no podemos permitir que las ciudades se nos mueran por la contaminación, la asfixia del tráfico, la falta de servicios a los habitantes y a los turistas y la mala gestión municipal, que no es factor ajeno en muchos casos al caos que se organiza en esos espacios para la convivencia que son las grandes urbes.
Vivimos una era de inestabilidad política urbanita, derivada de acciones de violencia, de errores de quienes quieren representarnos... y de alteraciones laborales con escaso futuro. Quiero decir que sectores como la estiba, que tantos conflictos ha generado y aún genera, o el que comentamos del taxi, o el de los coches de alquiler en general, van a experimentar tales cambios en pocos años que más valdría que sus responsables comenzasen a pensar en el futuro. Y conste que no estoy condenando las legítimas reivindicaciones laborales. Simplemente, quiero decir que no puedo ponerme a favor de los taxistas y en contra de Uber, o viceversa, porque las cosas no van a ir acerca de si los coches van pintados de una forma u otra, o si están regulados por las autoridades municipales o autonómicas. No; la cosa va a ir por el sendero de los vehículos sin conductor, lo cual va a propiciar una revolución en tantos órdenes y aspectos que ahora resulta difícil evaluar todas las consecuencias.
No soy urbanista, aunque he trabajo un tiempo para el Ayuntamiento de Madrid, cuando tuve ocasión sobrada de comprobar los dislates y ocurrencias de toda laya de los munícipes, y no solo de estos. Porque si hemos tenido líos con la estiba no ha sido (solamente) por el egoísmo cortoplacista de los trabajadores del sector, como quieren hacernos creer. Y si se ha llegado a la gran manifestación de taxistas airados (aunque de buen talante, también hay que decirlo) y de aeropuertos incomunicados tampoco ha sido solo porque los conductores ven amenazados puestos de trabajo y su modo de vida: creo que ha faltado planificación y sentido de la gran ciudad como lugar donde se desarrolla la vida de los ciudadanos, su trabajo, su ocio. Y entiendo que combatir la contaminación no consiste solo en prohibir el tráfico rodado, como hacer un Ayuntamiento saneado no se basa en multar a destajo llenando la ciudad de trampas para el conductor.
Ahora que lo rural se queda limitado casi a vivienda secundaria, hay que reflexionar mucho sobre el futuro que les damos a nuestras ciudades. Y ese futuro pasa por estudios sin dictámenes apresurados, por comisiones mixtas del Gobierno central y de los autonómicos y locales y por no convertir el centro de las ciudades en manifestódromos o en campos de deporte municipales. Ni en campos de batalla entre conductores que tendrán que reciclars

 

Ciudades al borde... ¿del caos?

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