Carta de un náufrago

Hay ocasiones en las que a uno apenas le queda el recurso de la carta abierta, que es la antesala del pataleo, confiando en que la botella lanzada por uno, en adelante el náufrago, llegue a las playas doradas de quienes dicen que quieren salvarnos de la isla desierta en la que vivimos quienes no hemos encontrado ni puerto ni refugio en unas siglas. Y al náufrago, que apenas ha hecho otra cosa en la vida que mirar cómo pasaban los buques en el horizonte, le da que los salvadores andan siempre oteando a otro lado, o a la cubierta de sus naves, o a sus galones de contramaestre, y no a quienes, o sea, los ciudadanos, piden auxilio, perdidos en alta mar. Envío esta carta a quienes, por lo visto, quieren salvarnos, consciente de que ellos tienen ante sí espléndidas oportunidades ahora de mejorar nuestras vidas.
Ahí tenemos, por ejemplo, acontecimientos previstos por quienes dicen representarnos, como esa conferencia de presidentes autonómicos de la que se excluyen quienes quieren ser más autonómicos que los demás, tanto que no quieren ni siquiera ser. O los congresos de los principales partidos, posibilidad que solo se repite cada cuatro años para aprobar programas y líneas de actuación que redunden en bien de nosotros, los náufragos, y no solamente a favor de la oficialidad y quizá de los grumetes que se hallan a salvo a bordo.
Increíble me parece que el hecho de que alguien, llena de buena voluntad y deseo regeneracionista, una contraalmirante llamada Cristina Cifuentes, proponga una medida de regeneración básica, como las elecciones primarias en su partido, haya podido ser considerado por algunos tripulantes como una traición al almirante-capitán-armador del principal trasatlántico del país. Ello me hace pensar que ese principal traslatlántico, bautizado en los astilleros Partido Popular, tiene escaso deseo de rescatar a quienes, desde pateras diversas, buscan refugio y respuesta a sus anhelos: limitación de mandatos, candidaturas desbloqueadas, por supuesto introducción de primarias y una mayor transparencia en la designación de responsables, en la financiación y en las actuaciones partidarias.
Porque la principal medida para regenerar este mar de los sargazos en el que hemos de movernos pasa por un cambio profundo en el funcionamiento de nuestros partidos, llámense Popular, Socialista o emergentes como Podemos e incluso Ciudadanos, que están copijando algunos vicios de sus mayores. Hasta que esas piezas esenciales para una democracia llamadas partidos no cambien su modelo de funcionamiento, no podremos decir que hemos experimentado un avance en cualquiera de los terrenos en los que estamos varados, llámense territorial, reforma de la Administración o búsqueda de un sistema económico más equitativo. Y mientras el Tribunal Constitucional, que también tiene mucha reflexión interna que hacer –admirado estoy ante alguno de los nombres que se proponen para presidirlo: Dios nos coja confesados–, siga dictaminando que los militantes tienen limitada su capacidad de crítica a los “aparatos” de sus partidos, mal vamos. 
Bueno, ahí va esta botella con carta, a la espera de que alguien se sienta movido por la petición de auxilio, una vez que se me han acabado las bengalas de la esperanza a la vista de cómo se están montando esos congresos de los principales partidos de mi país. Un país que acaso alguna vez trató de ser tierra de refugio y asilo de navegantes perdidos y hoy se va convirtiendo el fortaleza en la que se encierran los ganapanes.

Carta de un náufrago

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