Los jóvenes mandarines

Es propio de la juventud proclamar que nada de cuanto han encontrado en pie tiene valor. Se aprovechan de todo, pero hablan como si todos se llamaran Adán. Llegó Pablo Iglesias al estrellato y le faltó tiempo para denostar la obra coral de la Transición. La que consiguió alumbrar la Constitución. 
Iglesias, que estudió en la Universidad pública acogiéndose al sistema de ayudas establecido por alguno de los denostados gobiernos formados por políticos de la “casta”, llegó para decir que todo estaba mal. Que ahora era él quien iba a trazar la ruta verdadera que debían seguir los españoles. Lo mismo de Zapatero cuando con tanta frivolidad arrumbó la política que había seguido Felipe González en relación con los nacionalistas catalanes hoy trasmutados ya en separatistas. 
Otro joven político que llegó y también se encontró la mesa puesta es Pablo Casado, vicesecretario general de comunicación del PP. Un cargo generador de tanta impaciencia como expectativas. Pero solo las halagüeñas. Las amargas, no. De los “marrones” que se ocupen otros .A mí que me registren ha venido a decir al proclamar que en el año 99 estaba haciendo COU. En respuesta a una pregunta sobre el pufo del “pendrive” en el que, presuntamente, el PP habría consignado instrucciones para evitar que el Tribunal de Cuentas pudiera detectar aportaciones de dinero producto de mordidas a empresarios que se beneficiaban de adjudicaciones de obras públicas. Casado podría haber dado cualquier otra excusa pero optó por la que revela que solo está a las maduras. Entre Iglesias y Casado hay cierta similitud. No de orden político, sino de filosofía vital. A ambos lo que de verdad les interesa es el poder. 

Los jóvenes mandarines

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