Las fugas de Rajoy

Cuando despertó de la pesadilla generada por la tardía dimisión de Barberá, el problema seguía allí. El problema no es otro que el encadenado de casos y juicios relacionados con la corrupción. Queda atrás el “martes negro”: Soria, Rita, Bárcenas, Matas, Granados, pero arrancada la hoja del calendario resulta que cada vez que Rajoy coincide con periodistas sigue escuchando las mismas preguntas. Los casos de corrupción, ¿ponen en peligro un nuevo intento de investidura? Y como no quiere responder, huye. 
Es marca de la casa acreditada a lo largo de los últimos cuatro años en los momentos difíciles, pero ahora, con el paso del tiempo, ese escurrir el bulto se vuelve patético. Porque resulta que quien acaba de firmar un pacto con Ciudadanos asumiendo que la lucha contra la corrupción es la condición principal que impone el partido de Rivera, no se atreve a afrontar preguntas incómodas en relación con la corrupción. Si añadimos que el último de estos episodios tuvo lugar en plena gira de campaña por Galicia –pidiendo el voto para Feijóo bajo promesa de cumplir con el compromiso de lucha contra la corrupción–, entonces, ya digo, la fuga roza lo patético. 
No es propio de un gobernante. Si por algo se caracteriza el sistema democrático es por ser un régimen de opinión pública. Los ciudadanos tenemos derecho a saber qué hacen y cómo se comportan nuestros gobernantes. Escabullir el bulto no deja en buen lugar a quien parece más dotado para actuar en penumbra que bajo los focos. No basta con echarle la culpa a Pedro Sánchez del bloqueo. Rajoy debería preguntarse si su forma de afrontar la realidad inspira o no confianza.  
 

Las fugas de Rajoy

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