GASTO PÚBLICO: ¡QUÉ CACHONDEO!

Todo lo que sea subir impuestos, olé. Aumentar el IVA, macanudo. Pedir que el ciudadano se apriete el cinturón, desde luego. Ahora bien: disminuir el gasto de la Administración central, ni de coña. Recortar las dádivas a partidos y sindicatos, ¡cómo se le ocurre a usted eso! Que coticen los ciudadanos para que continúen derrochando los cargos públicos, los partidos y las centrales sindicales. Que los guardias municipales frían a multas a peatones y automovilistas para que los Carlos Negreira continúen asolando la avenida de La Marina con una obra faraónica, para que todos recordemos que un extraño machacó de plano la faz clásica de la ciudad para dejar recuerdo de su paso por Marineda. Es bien cierta la frase romana: “pecunia non olet” “el dinero no huele” y como no huele, venga, a despilfarrarlo, mientras un tercio de La Coruña pasa hambre.
El Gobierno, por su parte, no ha conseguido rebajar el peso de la Administración central. Hasta los grandes empresarios vienen clamando por la reforma de la estructura del Estado. La deuda llega ya al billón, una cantidad acongojante que equivale al PIB. Sólo los intereses igualan la cantidad destinada a la totalidad de los ministerios. El déficit del 2013 roza el 6,7%. O sea, que el Gobierno ha gastado cerca de 70.000 millones más de lo que ingresó y esto se cubre con el incremento de la deuda. Para enjugar dicha deuda, el Estado deberá ingresar, durante diez años, 100.000 millones más de lo que gaste. ¡Está claro: la tremenda deuda ensombrece el camino político de Rajoy.
No queda otro remedio que cortar por lo sano en el gasto público. Y en una especie de “reducción al absurdo”, iniciativas como voltear en un giro copernicano la avenida de La Marina no contribuye a mejorar el estado de cosas. La política no ha de ser un negocio. Partidos y sindicatos se han convertido en auténticas agencias de colocación. Se han colocado a paniaguados y abrazafarolas en organismos artificiales. Proliferan los amiguetes que lamen el tafanario a los que mandan y éstos se dejan lamer.
Así, no vamos a ningún sitio. Al menos, a un sitio bueno.

GASTO PÚBLICO: ¡QUÉ CACHONDEO!

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