Sigilosa en escena

No menos de cincuenta calzados pasos tuvo que dar Patricia Kopatchisnkaja para llegar desde su camerino hasta el metro cuadrado de alfombra que, especialmente preparada para que se descalzara a gusto, le esperaba en el centro de la sala. Una vez encima de su rasa y subyugante tarima, la intérprete, con gesto decidido, dejó las chanclas detrás de su atril, en el que le aguardaban las partituras de lo que iba a ejecutar, incluida la propina: sabia elección. 
Esta semana escuchamos a la OSG con músicas de estilos variados. La obra “Tranquil Abiding”, de Jonathan Harvey, exhibió buena dosis de gusto y profesionalidad: contrastes tímbricos acusados, diferenciación de pesos y sentidos entre vientos y cuerdas y un marcado desarrollo dinámico ayudaron a escuchar una obra contemporánea ciertamente interesante.
Acto seguido salió Patricia a escena. Cierto que el “Concierto para violín” de Schumann no es obra habitual dentro del repertorio, pero no menos cierto es que sigue siendo un concierto de referencia, del que hemos tenido en Palacio buenos ejemplos interpretativos en el pasado. Patricia Kopatchisnkaja es una violinista personal, y queda fuera de duda su capacidad técnica, pero la interpretativa es otra cuestión. Su versión del Schumann no pasará a la historia de Palacio, porque Schumann es Papillons, Fantasiestücke y Carnaval, y no un juego desmesurado de sforzandos en los ataques por mor de conseguir un estatus violinístico diferente. 
La claridad formal del primer movimiento exige un control enorme del sonido para poder transmitir inequívocamente su sentido, y hacer así una buena exposición del material temático, pero la densidad de las líneas melódicas de Schumann se desvaneció en escena.
El violinista debe formar un cuerpo común con su instrumento y conseguir que el sonido interrelacione al compositor con el público, de forma profunda pero directa, sin subterfugios. Cualquier otra afección de carácter personal debería quedar eclipsada por un sentido más amplio y denso de la realidad sonora. Cuanto más grande sea el compositor más sincero debe ser el intérprete, hasta llegar a poner su espíritu al servicio del autor, y no al revés. Afortunadamente, queda mucho campo interpretativo sobre el que indagar sin necesidad de reinventar las partituras.
Dima, tras haber acompañado soberbiamente el Concierto, expuso la “Sinfonía no 3” de Brahms con grandes dosis de control y algunas de emoción. La presentación del tercer movimiento por cellos y posteriormente violines, por sí misma, fue motivo suficiente para asistir al concierto. 
 

Sigilosa en escena

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