SOCIEDAD Y PODER

El poder, como el dios Jano de la mitología griega, tiene dos caras pues igual sirve para someter y oprimir que para defender y proteger. Sin embargo, pese a esa ambivalencia, es impensable la existencia de cualquier organización política o social, sin un poder voluntario o impuesto que la establezca y mantenga.
No existe orden alguno, legítimo o injusto, sin un poder ordenador aceptado obligatoria o voluntariamente. Esta afirmación se basa en la experiencia de que toda sociedad o colectividad humana, por su propia naturaleza y necesidad de supervivir, siente “horror al vacío”. Por eso se  admite y reconoce que la “acefalia” o vacío de poder es, esencialmente, una situación transitoria, temporal o pasajera, pues “no existe nunca vacío de poder por mucho tiempo”.
La humanidad, dada la naturaleza social del hombre, vive y convive con el “poder” como compañero inseparable de su propia existencia.
Tanto la familia primitiva como las sucesivas formas sociales de la horda, el clan o la tribu, hasta llegar al Estado aceptaron o tuvieron necesidad de reconocer un poder o autoridad que se hiciese obedecer por los restantes miembros del grupo social.
Incluso en la Antigua Roma la Ley de las XII Tablas del siglo V a.C. reconocía en el “paterfamilias” una autoridad tan omnímoda que “tenía poder de vida y muerte sobre sus hijos, esposa y esclavos”. En las hordas, el jefe era siempre el que el grupo reconocía como el más fuerte y en los clanes o tribus, el jefe o patriarca era la persona de más edad, respetada por el resto de sus miembros. En definitiva, era evidente y se tenía la convicción de que “el poder sólo existe cuando es obedecido”.
Cuando Aristóteles intentaba justificar la esclavitud lo hacía sosteniendo que, por naturaleza, hay casos en los que es patente que a algunos les conviene obedecer y a otros mandar y que es justo que los primeros se sometan a los segundos. Esa sumisión debía fundarse siempre en la superior capacidad de gobierno y dirección reconocida a los segundos. De esa idea aristotélica al gobierno de los mejores que decía Platón, apenas hay diferencia.
Prescindiendo de las etapas antes aludidas, anteriores al Estado como superior forma de organización política, el poder se hacía depender de los dioses o divinidad, del príncipe o soberano y del pueblo. Sobre esa triple base se construyó la doctrina sobre el origen del poder, dando lugar, en síntesis a las clásicas formas de monarquía, aristocracia y democracia y a sus antípodas  correlativas de tiranía, oligarquía y demagogia.
En la actualidad y desde la revolución francesa, la humanidad se esfuerza en luchar contra los absolutismos y el monopolio del poder, ya sea teocrático, providencialista, étnico, racial o cualquier otro que no respete al hombre como ciudadano, con voz y voto, libre, igual, directo, secreto y periódico. Así nació el Estado de Derecho, con la autolimitación del poder, su secularización y el reconocimiento de los derechos y libertades del hombre y de la sociedad.

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