LOS QUE NUNCA PIERDEN

Resulta paradójico que, siendo los seres humanos los únicos racionales, nos ofrezcan con frecuencia ejemplos que no se corresponden con esa naturaleza.
Sería conveniente que los sociólogos o, mejor, los sicólogos explicasen, en relación con el comportamiento humano, por qué las personas no escarmientan en cabeza ajena y por qué el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
No cabe duda de que esas dos tendencias o características las resuelven mejor los animales por el instinto de conservación y la memoria que asocian a la sensación de dolor que han adquirido o experimentado.
No escarmentar en cabeza ajena es más propio de los animales que reaccionan y se defienden instintiva e inmediatamente ante el daño o castigo que sufren en sus propias carnes o les afecta muy directamente.
Tampoco “tropiezan dos veces en la misma piedra” porque tienen memoria. Esta consiste en archivar o retener sensaciones adquiridas o experimentadas del mundo exterior, que las reproducen o reavivan ante los mismos estímulos que las provocaron.
En las personas, la experiencia ajena no la consideran suficiente para desengañarse. Los humanos sólo aprenden de sus errores y fracasos. No es corriente que saquen conclusiones o enseñanzas de una situación o resultado cuando sus consecuencias negativas no repercuten directamente en uno mismo. Por otra parte, la experiencia y la observación nos demuestra que, normalmente, el daño o perjuicio ajeno lo juzgamos siempre desde la distancia, abrigando la secreta esperanza de que a nosotros no nos va a ocurrir.
Otro dato importante y que se refiere más especialmente a la política es el insólito espectáculo que se nos ofrece cuando tanto los éxitos como los fracasos los interpretan los políticos a favor de obra, es decir, arrimando el ascua a su sardina o “pro domo sua”. Esta soberbia ideológica y de praxis política, común a todos los partidos, conduce a convertir en éxito cualquier resultado electoral favorable o adverso. Ese comportamiento e interpretación de la realidad lo refleja irónicamente la sabiduría popular con la frase “aquí todos ganaron”.
Las interpretaciones parciales e interesadas de los políticos, que “igual valen para un roto que para un descosido”, son un menosprecio a la inteligencia de los ciudadanos y un engaño a sus propios votantes.
Lo que dejamos expuesto nos demuestra que o los ciudadanos son políticamente menores de edad o los políticos los tratan como si lo fueran. En ambos casos la obligación de mejorar la educación o formación cívica es responsabilidad única y exclusiva de los poderes públicos.

LOS QUE NUNCA PIERDEN

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