No todo término medio es justo

La frase tan socorrida de que la virtud está en el justo medio se remonta al pensamiento de Aristóteles, que la definió como “término medio entre dos extremos viciosos”.
Según ese principio, la conocida frase sólo tiene aplicación en determinadas circunstancias pues, como reconoce dicho autor, “no toda acción ni toda pasión admite el término medio, pues hay cosas malas en sí mismas”, como “la malignidad y la envidia” y acciones malas en sí mismas, como “el robo y el homicidio”.
Expuesto lo anterior, es evidente que la idea del término medio sólo es aplicable cuando se trata de dos extremos viciosos, ya lo sean por exceso o por defecto, pues si uno es vicioso y el otro no, la solución salomónica sería manifiestamente injusta y de difícil o imposible aplicación porque equivaldría a mezclar el agua con el fuego.
Es evidente que, entre Jesús y Barrabás no cabe término medio. Por eso, fue injusta la actitud de Pilatos “lavándose las manos”, es decir, absteniéndose de tomar decisión.
Como ejemplo de virtud en relación con el justo medio, el propio Aristóteles cita la valentía, que consiste en no caer por exceso en la temeridad ni por defecto en la cobardía. Igual puede decirse de la moderación en el comer, que debe huir de la bulimia, por exceso y de la anorexia, por defecto.
Aplicando correctamente la doctrina del justo medio a la conducta social de las personas, no cabe duda que recurrir a esa cómoda posición de no pronunciarse ni adoptar una decisión o actitud determinada, permaneciendo “cruzado de brazos” o a medio camino, respecto de la opción que deba tomarse, no es lo más indicado para triunfar y progresar en la vida.
Si vivir es arriesgar y se vive peligrosamente, debe reconocerse y admitirse que en la vida hay que “comprometerse”, es decir, tomar partido y no refugiarse en la inacción o tierra de nadie esperando a arrimarse al sol que más caliente.
Decía Maimónides que “el riesgo de una decisión incorrecta es preferible al error de una indecisión”.
No decidir ni adoptar decisiones es renunciar al propio criterio y dejarse llevar por lo que digan o hagan los demás, sin derecho posterior a queja o reclamación alguna. El que no participa, no es parte ni puede llamarse a la parte. Tiene que aceptar lo que decidan por él los demás.
Es cierto que, como dijo el poeta, “se hace camino al andar”; pero si uno está siempre quieto y no se atreve a dar el primer paso, difícilmente podrá alcanzar su objetivo y si no le da sentido a la vida es como no tener vida propia.
En definitiva, en política, la ambigüedad que pretenda satisfacer a todos o “poner una vela a Dios y otra al Diablo” no es la virtud del justo medio. Entre lo bueno y lo malo no hay término medio, pues se excluyen y no admiten disyuntiva posible; en cambio, cabe concebir lo mejor, como enemigo de lo bueno y, dentro de lo peor, optar por el mal menor como aptitud de prudencia ante un horizonte de peligro inminente.

No todo término medio es justo

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