LOS LÍDERES NUNCA MUEREN

La humanidad asume la muerte por tratarse de un hecho natural; pero se rebela contra la ausencia que sobrevive a la misma. En efecto, lo más doloroso de la muerte es el sentimiento de ausencia definitiva que se experimenta respecto de los que nos precedieron y que angustia también a los que en vida pretenden asegurar la permanencia de su memoria y recuerdo entre los que le sucedan.
Puede decirse que el hombre teme tanto a la ausencia como al vacío y a la muerte. Al no poder evitar la muerte se obsesiona en luchar contra la ausencia y el olvido que son sus naturales consecuencias. La angustia del ser humano reside en el afán o deseo natural e insatisfecho de sobrevivir a la muerte. Y esa angustia le mueve e impulsa a crear una supervivencia virtual recurriendo a los múltiples monumentos y ritos funerarios que, a lo largo de la historia, se producen para perpetuar después de su muerte a los que en vida la sociedad ha convertido en ídolos o iconos que deben permanecer en el recuerdo de las generaciones sucesivas.
Se trata, en todos esos casos, de vencer inútilmente la certeza de la muerte mediante sucedáneos que permitan compensar con presencias simbólicas la realidad de su ausencia. Resultan elocuentes a este respecto los esfuerzos de conservación de seres mortales que la humanidad ha considerado que deben ser recordados. Ese es el origen de las prácticas de embalsamar y momificar los cadáveres. Igual ocurre con los monumentos funerarios y símbolos conmemorativos, que construyen en vida quienes no se resignan a que después de la muerte desaparezca su recuerdo de la memoria colectiva.
Verdaderamente, hablar de la cultura de los muertos es un error y lo mismo sucede con respecto a los monumentos dedicados a su recuerdo, pues lo que se persigue en esos casos es mantener viva artificialmente su presencia en el seno de la sociedad, como si realmente no hubieran fallecido. En el fondo, todos esos intentos responden al orgullo y soberbia de los seres humanos por alcanzar una falsa inmortalidad, que les sirva de consuelo a sus designios o de satisfacción idolátrica a sus seguidores incondicionales.
Todo lo anterior, tiene su causa u origen en la aversión humana al vértigo de la ausencia. Contra esa realidad se lucha aireando el señuelo de presencias que sólo viven en el imaginario de la sociedad y de quienes siguen a ciegas a sus líderes. Piénsese en la alergia a la ausencia que se padece en todos los órdenes de la vida y que se refleja en la frase “partir es morir un poco” o la de “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Todos los dictadores y caudillos, al igual que los grandes líderes religiosos y políticos que en el mundo han sido, son los más proclives y, sobre todo, sus discípulos y seguidores, a caer en el mesianismo de buscar su perdurabilidad más allá de la vida terrena. En definitiva, la humanidad no se resigna a la ausencia que acompaña a la muerte  y trata insistentemente de sustituirla por una presencia ficticia e inexistente.

LOS LÍDERES NUNCA MUEREN

Te puede interesar