LA LECCIÓN DE FRANCIA

Desde el 13 de noviembre que se produjeron en París los atentados terroristas cometidos por suicidas yihadistas, con el resultado de 130 muertos, Francia consideró dichos actos como una declaración de guerra y, ante esa amenaza, reaccionó de manera inmediata, rotunda y ejemplar contra lo que no dudó en calificar de ataque a la civilización occidental y a los valores democráticos de libertad, igualdad y fraternidad que constituyen la divisa del pueblo y la República francesa.
El fervor patriótico y el espíritu cívico acreditados por el pueblo francés en esa ocasión, en legítima defensa de sus principios y modo de vida, demostraron que no se trataba de una guerra de fronteras, límites, aguas jurisdiccionales o de cualquier otra pugna o disputa de interés económico, material o geoestratégico. Desde el primer momento, la sociedad francesa y sus gobernantes y políticos, sin excepción alguna, fueron conscientes de que se enfrentaban a una guerra que sólo se termina con la derrota de uno de los bandos contendientes. Esa era la verdadera y cruda realidad que muchos todavía se niegan a aceptar y reconocer.
François Hollande, como Presidente de la República, recabó y recibió del Parlamento francés reunido en Versalles, la aprobación unánime de todos los representantes del pueblo francés para lograr el objetivo de “destruir” al autodenominado Estado Islámico y su Califato. Hubo conciencia de que, ante la amenaza del yihadismo radical y terrorista, no cabía otro dilema, dada la interpretación literal y rigurosa del Corán que hacen sus seguidores, dispuestos a predicar y practicar, por los medios más violentos, la “guerra santa” en nombre de Alá.
Se trata de un movimiento totalitario y terrorista que sigue a ciegas el principio de que “no hay más de un Dios, Alá, y Mahoma es su profeta”. Ya Omar Bin Bakri había dicho en Londres, con tono amenazador que “utilizaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia”. Así de claro y contundente es el desafío que amenaza al mundo libre y ataca su sistema democrático.
La realidad antes descrita nos trae a la memoria la República de la antigua Roma en la que existía el Dictador, como magistratura constitucional de carácter excepcional y temporal, pues no podía exceder de seis meses y que era designado por el Senado, ante la inminencia del peligro, que amenazaba a la República romana.
Situación semejante a la anterior es la declaración del “estado de emergencia” acordado por Francia, en el que, de forma unánime y sin dilaciones ni titubeos, se adoptaron todas las medidas necesarias exigidas por la grave situación creada a la sociedad francesa. A esta situación, puede aplicársele el viejo adagio latino “salus populi suprema lex est”, que figura en la obra de Cicerón “De legibus” es decir, la salvación del pueblo es ley suprema. Con esa expresión latina, se aludía a la necesidad de adoptar medidas excepcionales para defender y salvar al pueblo.

LA LECCIÓN DE FRANCIA

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