La razón sola no basta

Cuando se define a los seres humanos como “animales racionales” se subraya lo que, en lógica, se llama el género próximo y la última diferencia o diferencia específica. En efecto, ser animal es tener en común con los demás animales las facultades biológicas de nacer, vivir, alimentarse, defenderse, desplazarse, reproducirse y morir. Ser racional, a diferencia de los demás animales y como característica específica de las personas, es estar dotado de inteligencia y voluntad.
Es, pues, el ser humano el único dotado de la facultad de razonar; pero actuar, consciente y reflexivamente, no supone que el ser racional tenga siempre razón y que todo lo que haga sea razonable. Precisamente, por estar dotado de razón, puede equivocarse y, advertido del error, rectificar.
Pero, además, los actos que realiza no son siempre razonables ni racionales, sino que revelan un comportamiento incompatible con el buen sentido y con lo que la razón manda y aconseja. De ahí que la persona pueda ser capaz, tanto de las mejores acciones, como de las más crueles y repudiables.
En esa dual tendencia volitiva reside el valor de la buena voluntad o el repudio de la maldad de sus actos. Es ahí, en definitiva, donde reina la libertad responsable y la responsabilidad de nuestros actos.
Esa es la grandeza y servidumbre del ser humano que, conociendo el bien, puede causar el mal. Así se desprende de la confesión de San Pablo cuando dice “aborrezco el mal que hago y no practico el bien que amo” o las palabras de Ovidio “veo lo mejor, lo apruebo y sin embargo sigo lo peor”.
Esa dualidad de acción que responde a un acto de voluntad, no siempre está respaldada por la razón. Así se refleja en la concepción que tienen los místicos de la vida cuando dicen que “el cuerpo y el alma son dos enemigos que siempre van juntos y dos amigos que no se pueden ver”.
Esa visión de incompatibilidad entre el cuerpo y el alma lleva a satanizar y martirizar el cuerpo, como si el hombre no fuese un compuesto sustancial de cuerpo y alma que se exigen, mutuamente, sin poder escindirse ni separarse, máxime cuando en el misterio de la resurrección se dice que ésta se producirá “con los mismos cuerpos y almas que tuvieron”, porque resucitar no es nacer de nuevo ni venir a la vida, sino volver a ella.
Ser razonable no es tener razón en un momento dado o acto aislado; es un modo de ser, una conducta que, como todas, imprime carácter y define la personalidad. Es la habitualidad la que mejor refleja la manera de ser y no un acto singular y aislado.
No por realizar un acto bueno puede decirse de su autor que es bondadoso. Tampoco es hombre justo el que no lo es habitualmente. Así lo entendieron los juristas romanos que definían la justicia como “constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho”.
Visto lo anterior, puede concluirse diciendo que la mejor fórmula integradora del ser humano se expresa, claramente, en el conocido aforismo “mens sana in corpore sano”.

 

 

La razón sola no basta

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