Dónde está el progreso

Hay palabras que, aunque su significado no se corresponda con la realidad, gozan de general aceptación y prestigio. Así ocurre con vocablos como democracia, justicia, libertad y, también, con la palabra progreso.
Todas tienen un gran atractivo y despiertan vehementes corrientes de admiración; pero es innegable que al amparo de su denominación se producen, en la práctica, sistemas y actitudes tan dispares y contradictorias que hacen necesario un previo análisis y consideración.
No cabe duda que esas distintas interpretaciones y sus correspondientes aplicaciones se producen por tratarse de términos o vocablos multívocos, es decir, que admiten y se prestan a distintas interpretaciones.
Precisamente, en consideración a esa característica conviene recordar que, como decía Epicteto, “es principio de toda doctrina la consideración o estudio de su nombre”. 
Aplicando ese sabio consejo a la idea de progreso, lo primero que debemos afirmar es que el progreso carece de sentido si no se pone en relación con el fin, destino u objetivo que se persigue o se quiere alcanzar. Sólo se progresa si se avanza hacia un fin propuesto como deseable y beneficioso y no al contrario. Tan es así, que si los pasos no se dan en la buena dirección, se avanza pero no se progresa.
Dos son las acepciones que en el diccionario de la Real Academia de la Lengua tiene la palabra progreso. Una “acción de ir hacia adelante” y otra “aumento, adelantamiento, perfeccionamiento”. Es evidente que el progreso, propiamente dicho, es el comprendido en la segunda acepción, pues la primera se refiere principalmente a la idea de avanzar y no quedarse quieto.
Es cierto que para progresar hay que renunciar al inmovilismo y avanzar pero haciéndolo en la dirección correcta y acertada; lo contrario sería retroceder, pues es evidente que si el camino elegido no es el mejor ni el más conveniente, el avance puede conducirnos al precipicio o al abismo. No todo avance supone progreso. Este exige que el proyecto a alcanzar sea positivo y favorable para la sociedad y el interés general. Es por lo tanto, el fin que se persigue el que confiere al progreso su bondad o perjuicio. Sin la mejora de las condiciones de vida de las personas y el desarrollo sostenible del Estado de bienestar, no hay progreso.
Ningún responsable político ni programa de gobierno admiten que se les tache de inmovilistas o retrógrados. Todos blasonan o presumen de “progresistas”; pero son sus efectos o consecuencias favorables o adversas las que, en definitiva, determinarán si han sido o no progresistas.

Dónde está el progreso

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