LA DIFÍCIL DEMOCRACIA

La democracia no es un don o gracia divina, ni un meteorito caído del cielo; tampoco es un regalo o dádiva que se reciba sin contraprestación alguna.
La democracia, que según Churchill, es el menos malo de los posibles sistemas de organización política de la sociedad,  es también el más difícil de conseguir y, sobre todo, de mantener y conservar. Nace del consenso o acuerdo de los ciudadanos, viniendo éstos obligados a su defensa y mantenimiento. En consecuencia, la democracia se acepta y la dictadura se impone; aquélla, se merece y disfruta y ésta, se sufre y padece.
Muchas son las definiciones que existen sobre la democracia pero, dado el protagonismo activo que le reconoce a los ciudadanos en los asuntos públicos, entendemos que la democracia más que “el gobierno del pueblo” es su “autogobierno”, lo que supone poner el énfasis en destacar que “no hay democracia sin demócratas”.
En las dictaduras y en los demás sistemas totalitarios, teocráticos u oligárquicos el gobierno se ejerce por una persona, grupo o clase y el resto de la población se limita a obedecer; por el contrario, si el pueblo se convierte en sujeto activo de la política y participa en el gobierno de la comunidad, ningún ciudadano puede considerarse ajeno a esa obligación, asumida voluntariamente y sin injerencia ni imposición alguna.
Si se reconoce la soberanía del pueblo, con voz y voto, “el autogobierno” exige que para que ese sistema  sea viable y duradero, es necesario que concurran, conjunta y paralelamente, un elevado nivel económico y cultural de la población. Esta doble condición sólo se da en las sociedades más prósperas y desarrolladas. Por ello, no es aventurado afirmar que la democracia es un lujo de países ricos y cultos.
No es extraño, pues, que la letra de la Internacional Comunista destaque el grito “arriba los pobres del mundo” y “en pie los esclavos sin pan”. Si la pobreza es incompatible con la democracia, ésta no puede subsistir en sociedades con altos niveles de miseria y pobreza. Más aún, en estos casos suelen surgir los movimientos totalitarios y revolucionarios que, canalizando el descontento y penuria de la población, se oponen al sistema establecido.
Si la penuria económica y la indigencia intelectual son causa frecuente de movimientos revolucionarios, también éstos, eventualmente, buscan o provocan esos bajos índices de situación económica y atraso cultural para asegurar su triunfo en la sociedad.
Tampoco es aceptable una democracia meramente formal que se recree en una teórica declaración de derechos y libertades, si su aplicación y disfrute no alcanza a la mayoría de la población. Sin democracia real e igualdad de oportunidades, la democracia es un engaño. 
Elevar el nivel económico y educativo de la población son condiciones necesarias e imprescindibles para que la sociedad sea menos manipulable y más solvente para dilucidar las distintas opciones políticas que el pluralismo democrático le ofrece.

LA DIFÍCIL DEMOCRACIA

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