Curiosidad y progreso

Es sabido que la humanidad progresa y se desarrolla a medida que da respuesta a las múltiples preguntas e interrogantes que se le plantean a lo largo de la historia; pero esta dinámica, siempre renovada e incesante, tiene normalmente un resultado final insatisfactorio, porque el dilema pregunta-respuesta suele ser más favorable a la primera que a la segunda.
En efecto, parece como si los seres humanos estuvieran condenados a vivir siempre preguntando, sin obtener al final una respuesta concluyente y definitiva.
Ese desafío no impide que las personas tengan, por naturaleza, como decía Aristóteles “afán o deseo de saber”.  Este deseo es el que impulsa al espíritu humano a seguir interrogando e interrogándose, a sabiendas de que cada respuesta conseguida, no es un punto final, sino un eslabón más en la cadena del conocimiento. Así nace el empeño y esfuerzo por alcanzar la verdad y extender los límites del conocimiento, sin que la dificultad de conseguir esa meta nos aparte de continuar el camino que nos conduzca y aproxime a ese fin.
Se vive preguntando; pero se muere sin haber obtenido, una respuesta cierta y definitiva, sobre el sentido y fin último de la vida. Precisamente, en la constancia de esta evidencia está la raíz y el fundamento de la religión.
Fue en la Antigua Grecia donde se descubrió “la razón”, como reflexión intelectual, exenta de elementos extraños, míticos, sentimentales o de cualquier otra clase distinta de la razón misma. En ese feliz alumbramiento tuvo un papel predominante “la curiosidad”, como cualidad innata de la persona y principal motor y estímulo del conocimiento. Incluso puede decirse que sin la sorpresa, admiración y curiosidad de la persona por ampliar los límites de su conocimiento, el ser humano perdería su condición y naturaleza racional.
Aunque Ortega decía que “un problema resuelto es un seudo problema”, la vida es esencialmente “problemática”, de tal manera que los problemas se suceden y renuevan incesantemente, espoleando el conocimiento para su resolución.
Si la curiosidad, como característica natural del ser humano, se manifiesta en la infancia, igual podríamos decir de la humanidad que desde su infancia alienta la llamada “curiosidad intelectual” que le permite los primeros avances y progreso en ampliar y ensanchar los límites del saber.
Pero la curiosidad, además de estar en el origen del afán y ansia de saber, tiene que ir seguida de otro efecto de singular importancia que es el de despertar el interés por la satisfacción de ese deseo. 
Sólo con la reunión conjunta de ambas cualidades, curiosidad e interés, se consigue y logra el desarrollo de la inteligencia humana. De lo contrario, la curiosidad queda reducida a una mera expectativa y no responde al impulso que su propia naturaleza encierra.

Curiosidad y progreso

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