La atracción del poder

Dos son los sentimientos que suscita el poder, según se trate del que lo tiene y lo puede perder o del que no lo tiene y lo quiere alcanzar. En el primer caso, la pérdida del poder o el temor a que eso suceda produce angustia, preocupación y, lo que es peor, no reconocer que el poder es temporal y sujeto periódicamente en las democracias a su renovación o cese. Y para el que aspira a conseguirlo, le provoca ansiedad y urgencia.
En ambos casos respectivos de temor y urgencia, la prudencia y la sensatez política, no se producen por la resistencia de unos y la prisa de los otros. Esta situación acentúa el paternalismo y autosuficiencia de los que gobiernan y el mesianismo de los que aspiran a gobernar. Aquellos se erigen en padres de la patria y éstos en sus verdaderos salvadores.
En esa situación, prevalecen los sentimientos sobre la razón, los intereses personales y de partido sobre la necesidad de acuerdos y pactos, sin siglas ni acepción de personas.
Como se sabe, para diagnosticar una enfermedad y recomendar su tratamiento adecuado no basta con analizar sus síntomas; es necesario aislar a los agentes que los provocan, pues la enfermedad cesa si se eliminan las causas que la producen. 
Para conseguir los acuerdos necesarios, los interlocutores más adecuados no son los que se creen en posesión de la verdad o en la infalibilidad de sus decisiones. Los políticos no son oráculos de la verdad. Representan al pueblo y su palabra debe ser la voz del pueblo y no la de sus intereses o conveniencias personales. El apego al poder es tan nefasto como pretender alcanzarlo a toda costa. Duele más perder el poder después de haberlo tenido que no haberlo alcanzado. De ahí nace la erótica del poder, pues si su ejercicio desgasta, más desgasta la oposición.
Las últimas elecciones generales han demostrado que, actualmente, poder es compartir, pactar y acordar; no cabe el poder de una persona ni de una o dos fuerzas políticas; no hay mayorías absolutas ni bipartidismo; hay pluripartidismo. También conviene recordar que la regla de oro de la democracia no consiste en convencer a todos, sino a la mayoría. Todo esto explica porqué la política puede definirse como la lucha por el poder. Éste, como decía Nietzsche en su obra “La voluntad de poder”, “es el motor principal del hombre”, incluso más que la voluntad de vivir a la que se refería Schopenhauer.
La situación actual nos recuerda lo que el citado Nietzsche decía en “Así habló Zaratustra” al afirmar que volvió la espalda a los poderosos cuando vio que lo que llamaban poder consistía “en regatear y chalanear por el poder con la chusma” y concluía que “tuvo que tapar los oídos e irse a vivir entre pueblos con idiomas distintos al suyo por no oírles ni entender cuando”, insiste, “se pusieron a chalanear y regatear el poder”.
Si el poder se subasta o se somete al “mercadeo”, los políticos se convierten en “mercaderes” y ya se sabe cómo éstos fueron expulsados del templo por Jesús,  según la Biblia

La atracción del poder

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