Desde el primer acoso

Una violación cada ocho horas. Con la misma cadencia con la que nos tomamos un antibiótico, alguna mujer sufre en España una agresión sexual con penetración. Las estadísticas dicen que son más de mil al año pero podría haber muchas más porque no todas se denuncian. Y no todos los abusos llegan tan lejos. Una campaña del Concello de Pontevedra ha puesto sobre la mesa esos temas de los que nunca se habla. Porque da demasiada vergüenza. Con el título de “Primer Acoso”, la iniciativa intenta difundir cuándo fue el momento en el que una mujer se sintió acosada, amenazada o menospreciada simplemente por el hecho de serlo.
La concejala de Benestar, Carme Fouces, fue la encargada de abrir el fuego contando en Twitter cómo, cuando tenía seis años, un seminarista amigo de la familia la sentaba en el regazo y le acariciaba las piernas. Muchas otras se sumaron, con la etiqueta #primacoso, desde la portavoz del BNG en el Parlamento, Ana Pontón, a la vicepresidenta de la Diputación de A Coruña, Goretti Sanmartín, además de periodistas, escritoras y, por suerte, algún hombre, como Xabier Blanco, chófer de anécdotas y compañero de batallas en esto de hacer periódicos. Casi todas las políticas, por desgracia, del mismo partido, con algún apoyo también de la Marea, como la concejala de Igualdad de A Coruña, Rocío Fraga, en una muestra evidente de que las siglas pesan demasiado en batallas que deberíamos pelear de la mano.
Todas recuerdan la primera vez en la que les tocaron el culo, les toquetearon por encima del jersey, les levantaron la falda o las menospreciaron en alguna reunión de trabajo. Nada demasiado grave, nada que mate, nada que llevara a denunciar. Nada que no fuera lo normal. Porque, aunque no se cuente, es lo normal. Iniciativas como la de Primer Acoso permiten que las mujeres hablen de aquello que encerraron bajo llave en sus recuerdos más lejanos porque, en muchos casos, ni siquiera tenían edad para comprender qué estaba pasando. Por qué aquel profesor aprovechaba para rozarles los pechos cada vez que tenía oportunidad o por qué aquel amigo de la familia se empeñaba en darles aquellos besos tan llenos de babas. No hay una sola que no se haya visto en una situación incómoda, que no se asuste al cruzarse por la calle de noche con algún tipo raro que viene de frente o que no haya tenido que emplear los codos para separar a quien se pega demasiado aprovechando un metro repleto. No todas se han atrevido a contarlo en Twitter porque sufrir estos abusos, curiosamente, suele dejar en la víctima una carga importante de culpabilidad y vergüenza. Por eso es importante no callarse y contarlo. Desde el primer acoso hasta el último.

Desde el primer acoso

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