La quimera del consenso en Ferrol

Puede parecer fatuo, pero si algo ha caracterizado a Ferrol durante los últimos 35 años es la absoluta falta de entendimiento entre los partidos que han ejercido el poder y los que se encontraban en la oposición. Independientemente del color que cayese en uno o otro lado, no ha habido ningún asunto de verdadera trascendencia que haya supuesto, a lo largo de tan dilatado periodo, una mínima aproximación a los intereses colectivos de una ciudad que, como capital de una amplia comarca, tiene la obligación de asumir un liderazgo inequívoco. Máxime cuando la urbe hace frente, como ahora sucede, a una situación insostenible, derivada no ya solo de una coyuntura económica y laboral que costará años recuperar, sino también de una indolencia general que solo conduce al desánimo.
En un contexto de general enfrentamiento en el conjunto de la sociedad española, es precisamente la absoluta inexistencia de acuerdos en las principales cuestiones que toda ciudad asume –a veces tan peregrinas pero también tan importantes como la política urbanística– lo que mayor factura ha terminado por pasar a una urbe cuyo deterioro generalizado no se puede resumir en la gestión política de un determinado espacio de tiempo si no en la suma de la inconstante polaridad que nos caracteriza. Es cierto que esta debe existir como intrínseco ejercicio democrático, pero no a cualquier precio. Esta disensión, que ha dominado la actividad de la ciudad y ha corrido pareja además a un cambio generacional que, si bien se ha producido en el conjunto de la población está lejos de hacerlo en materia política, se ha traducido en un constante agotamiento de los recursos financieros básicos para atender las lógicas demandas vecinales y, más aun, una obligada y necesitada recuperación urbanística que, lejos de haberse producido, se ha caracterizado por los constantes cambios en proyectos tan elocuentes como el de la plaza de España –más de una década y paulatinas inversiones para concluirla– o, todavía más grave, en el deterioro de barrios tan emblemáticos como el de Ferrol Vello. El “no” pesa más en esta ciudad en el sentido  estrictamente político que en el más práctico, si acaso más humilde, de la oportunidad para avanzar. En términos generales, la indolencia ferrolana está dominada por el pueril hábito de la ausencia de confianza en nosotros mismos, fruto invariable de esa costumbre tan falta de sentido práctico como es la de dar continuidad a nuestras propias aspiraciones. La gestión política pasa invariablemente así por obligados cambios fruto de la falta total de consenso en cuestiones que nos atañen, o al menos así debería ser, a todos, al margen de preferencias ideológicas. Pensar que en solo cuatro u ocho años –máximo tiempo de vigencia de un gobierno de mayorías en esta ciudad hasta ahora– pueden darse soluciones para tanta asignatura pendiente es lo que continúa condenándonos.

La quimera del consenso en Ferrol

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