PERFIL DEL FERROLANO SUPUESTAMENTE INCRÉDULO

Algo tan poco periodístico como es la suposición puede tener cabida también en este oficio. Habituados como estamos a discernir entre lo que es verdad y lo que es real –tradúzcase también por promesas y hechos–, el grado de credibilidad depende exclusivamente de lo segundo. La caja, por desgracia más voluminosa, de las verdades-promesas no puede estar ni mucho menos relacionada –ni tan siquiera de forma proporcionada– con la de lo real-hechos. Cierto que aspiramos, como cualquier otro ciudadano de este país, a tener lo mejor. Es esta la aspiración más lícita que se puede demandar de toda forma de gobierno democrático. Y se puede demandar con legitimidad salvo con respecto a todo aquello que no aporte un bienestar general y solo obedezca a los intereses particulares o de unos pocos. De ahí que todo nuevo gobierno local, independientemente de su color, composición o apaño, forme parte de la suposición más positiva. Ya no solo aspiramos, a partir de ese momento, a que las cosas se hagan mejor sino que es lícito y legítimo demandar que así sea, aun cuando, a la hora de depositar un voto, lo que prime sean las ideas consustanciales a una formación o, como se ha visto en los últimos doce meses –puede nunca con tal intensidad como ahora en nuestra corta vida democrática–, la necesidad de cambio. A quienes les corresponde asumir la ruptura con el tradicional bipartidismo nacional, autonómico o local, se les ha de suponer capaces de afrontar ese reto, tal vez no de forma instantánea pero sí con la necesaria inmediatez que los tiempos exigen. Una prontitud en definitiva que, siempre, está relacionada con su capacidad de gestión, su experiencia y, en especial, con la posibilidad de que se pueda hacer un mínimo de cuanto se promete, aunque esto último no deje de ser precisamente una mera suposición. Ya lo dice el refrán: “del dicho al hecho hay un trecho”. 
Por suponer, supongamos también que el Centro de Investigaciones Sociológicas o el Instituto Galego de Estatística –por poner dos ejemplos– realizase un estudio concreto sobre Ferrol en lo que atañe al grado de consenso o disensión sobre la acción del gobierno municipal. Supongamos que, despejada –o separada– la distorsión de quien ejerce su voto bajo la total negación de quien no comparte sus ideas sin pensar en lo que sería óptimo en un momento concreto de nuestra intrahistoria, la única conclusión sea la imposibilidad de evaluar a aquél por el simple hecho de que la caja de lo real-hechos continúa vacía. Salvo que sea para denostarlo si pudiésemos ser mínimamente objetivos. Supongamos lo que para un niño puede representar recibir como regalo una caja perfectamente empaquetada, con lazo y todo, sin nada dentro... Difícil será a partir de ese momento escamotear la incredulidad del pequeño, al que hemos apercibido de que también eso es posible, de que le prometimos algo que no existe o que no se sabe si existirá. A partir de entonces, la cuestión que le asaltará cada vez que se encuentre con una caja de regalo será la de si podrá o no esperar que haya algo en su interior. Incredulidad y suposición, un binomio tal vez apropiado para resumir la distancia entre lo que se quería y lo que se ha hecho, en especial en una ciudad que arrastra tres décadas de extrema ralentización en casi todo. En donde el “si no lo veo no lo creo” continúa imprimiendo el devenir. En Ferrol, la incredulidad es cuestión, también, de suposición.

PERFIL DEL FERROLANO SUPUESTAMENTE INCRÉDULO

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