MUROS QUE PERDURAN

Existe la frágil constatación de que la Historia se rige en ocasiones por la improvisación. Que se lo digan sino al portavoz de la extinta República Democrática de Alemania cuando su inseguridad y la afirmación de que la liberalización de los viajes de los ciudadanos del Este entraría en vigor con efecto inmediato devino en lo que ya se sabe. Ni tan siquiera fue necesaria una orden ministerial para que, como si de una marea se tratase, los pasos fronterizos se abriesen casi al unísono y los ignominiosos bloques que configuraban el muro de Berlín cayesen como las piezas de un dominó. Pese a tan inesperada improvisación, veinticinco años después de tan esencial acontecimiento de la historia mundial, el muro guarda solo los contenidos legítimos que se preservan para toda conmemoración. Veinticinco años después, lo que sorprende verdaderamente de la reunificación alemana es esa forma casi minimalista y natural que supuso el final del telón de acero que Churchill había preconizado incluso antes de que se tuviese constancia de ello. Pero también la capacidad de una nación para recuperar, no sin sobresaltos, pero esencialmente a base de conceptos económicos, un estatus que se creía insalvable. Son este tipo de acontecimientos, como se ve en ocasiones ajenos a las intenciones primigenias de sus principales responsables, los que determinan el futuro de las naciones y, en casos tan determinados como este, el de un contexto internacional sin el que no se podía entender, hasta ese momento, el mundo tal y como era conocido para varias generaciones.
Veinticinco años después, el muro no se intuye más que en lienzos distantes destinados al recuerdo, a la memoria de lo que antes había sido, nunca de lo que, a partir de ese momento, podría ser y finalmente sucedió. No son las paredes físicas las insalvables, sino las morales, las que afectan a la sociedad hasta el extremo de dejarla exhausta, las que sin embargo son más difíciles de salvar. Existen otros muros con cimientos mucho más profundos, cementados bajo el estigma del poder, los que separan a una sociedad como la que hoy convive en este país. Se basan en distancias, en el establecimiento de un terreno de nadie que separa las líneas que definen a unas clases de las otras. Esa clase media que en las últimas décadas creció y se nutrió de avances sociales básicos en España es, sin ir más lejos, la que habita ahora dicho espacio intermedio, que tanto puede oscilar, como sucedía en el caso de Berlín, a un lado o a otro, de la riqueza a la pobreza, de la libertad a la imposición, de la muerte a la vida. Los muros, pues, perduran. Y si no fuese así, siempre se buscaría la forma de levantarlos; no les quepa duda.

MUROS QUE PERDURAN

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