¡Ay, Mariló!

Tenía en mente dos temas a tratar. Uno, el de Palestina y esa matanza, inconstante pero incesante, a la que se ven sometidas –pese a lo que diga Israel– víctimas siempre inocentes, frutos inmaduros de toda guerra. Otro, esa preocupación del Banco de España por instar al ahorro en previsión del decrecimiento de las pensiones para los próximos años, que debe ser aquello que hace tiempo se oía decir a los mayores de guardar unas perras por lo que pueda pasar; solo que ahora no se trata de hacerlo para un imprevisto sino para algo que ya se sabe que va a  suceder, pese a la consistencia que aporta el hecho de que no todo el mundo en este país puede contribuir a las arcas del Estado para afianzar el sistema y que, quienes sí pueden, no lo hacen en la medida en que los demás creen que sería justo. Pero, por esos azares del periodista, consecuentes con las que también vive el lector, me urge más centrarme en esa nueva de que TVE cancela la emisión de “Entre todos”, aunque no deje de contar con Mariló Montero para nuevos proyectos. Pese a que la nueva dirección del ente público alude a las polémicas sobre determinadas intervenciones de la presentadora, o a la cáustica oportunismo que supone convertir la miseria y la desesperación en espectáculo, no puedo evitar pensar que tal decisión está más en la línea de la recuperación económica y en la escapada de la recesión en la que insiste el Gobierno de este país que en ese arrebato tan humanamente falso como es la lástima por la desgracia ajena. Y evito citar el excelente peaje salarial de la presentadora, que no viene a cuento, porque –creo que algo así dijo ella misma– lo que hacía lo valía. Vamos, que me suena más la cosa a algo tan vulgar como que, “ahora que vamos bien, o mejor, ya no es necesario”.
Y es que tal vez la conclusión es que, “constatada” esa salida de la crisis de la que más de cinco millones de personas de este país, la inmensa mayoría con familia, si no a su cargo al menos dependiente de ella, ya no es tan necesario fomentar este tipo de solidaridad reconvertida en un espectáculo que, como todos los de este tipo, no deja de recordarme el de Teresa Herrero en el teatro de Alcaçer, lleno también por esa atroz atracción que causa el dolor  más irreversible, que es el de perder a una hija muerta a base de humillación, salvajismo e inmisericordia.  De algún modo, si no es bajo este tipo de formato, todo aquello, incluido lo presente, pervive y seguirá haciéndolo bajo el epígrafe tan consabido de que todo el mundo tiene derecho a la información y que lo que como profesionales hacen, o hacemos, no es otra cosa que ayudar a que así sea. Tan comparable el asunto con el de ese otro corresponsal que, con las bombas explotando en su cercanía en Gaza, no se sabe si llora por tan vulgar espectáculo como es el una guerra que se insiste en llamar controlada pero que no distingue, o simplemente por el natural miedo a ser una víctima colateral más, perdida en la indiferencia. O como eso otro que supone que el día de mañana, sin oportunidad para el ahorro, lo que cobraremos como pensionistas nos dejará aun peor de lo que ya estamos. Vaya; al final hablé de todo. Tal vez porque no veo distancias en ello.

¡Ay, Mariló!

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