Un error imperdonable

Que las cosas no se están haciendo bien parece evidente. La sociedad civil, lejos de recibir mensajes alentadores que la animen a vivir con esperanza, recibe permanentemente mazazos en forma de informaciones que no hacen sino que minar su moral. Creo que aquellos que ven informativos a diario y leen o escuchan medios de comunicación acabarán por precisar tratamiento psicológico o, en el peor de los casos, psiquiátrico.
La gente está cabreada y tiene razones para ello. La mayoría de las noticias son negativas: nos levantamos con escándalos a diario, comemos con corrupción y nos acostamos con la amenaza, ya crónica, de la ruptura de España. Y así todos los días. Les prometo que buceo a diario en los medios de comunicación para encontrar una buena nueva y les juro que cada vez es más complicado hallarla. Les confieso también que he llegado a refugiarme en medios internacionales para huir de la realidad local, pero tampoco sirve, guerras, atentados, matanzas absurdas a la americana, seres humanos ahogados en sus pateras y así una lista interminable de desgracias que no ayudan a recuperar fuerza moral para seguir adelante.
De verdad pienso que alguien no está midiendo bien las consecuencias de la desazón que produce este bombardeo de negatividad. Como adulto no me queda otra que hacer frente a la vida para seguir adelante, quizás con pocas ganas y desde luego con las fuerzas justas, pero con la dosis suficiente de realismo que te pone en marcha quieras o no porque, el mundo, por mal que vaya, no se para y a final de mes hay que hacerles frente a no pocas facturas. Pero si tuviera que destacar un error imperdonable, sería, sin duda, el mensaje que están recibiendo los más jóvenes en su periodo de formación.
Si en los tiempos de la transición observábamos dialogo, concordia y entendimiento y con esos valores éramos educados, ahora perciben rencor, confrontación e incomunicación. Desconozco el resultado de una educación adobada con estos ingredientes, pero veo en las calles manifestaciones protagonizadas por gente muy joven que no proyectan tranquilidad ni serenidad. Es más, los partidos políticos más asilvestrados proponen ya rebajar la edad de votar a los dieciséis años, pretendiendo capitalizar políticamente ese malestar que se hace llegar a nuestra juventud sin medir sus consecuencias. Las peleas se han convertido en cotidianas, se expone en las gradas de los estadios cada fin de semana donde jóvenes se enfrentan entre si y protagonizan actos violentos.
La proliferación del consumo excesivo de alcohol y otras sustancias que muchas veces acaban de forma violenta cuando no en una sala de urgencias, son pequeños exponentes de lo mal que estamos ayudando a nuestros jóvenes a formarse. Su futuro es incierto y muchos se resignan al paro y abandonan su formación ante la falta de oportunidades.
Las consecuencias de todo esto se verán con el tiempo y cuando se muestren con toda su crudeza ya nadie será responsable de ello porque los verdaderos responsables ya no estarán. Se habrán quedado en predicar y no en dar trigo. El resultado, créanme, ya es harina de otro costal y a nadie parece importarle. Un error imperdonable.

Un error imperdonable

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