Humor, odio y rencor

Es bueno, y yo diría que necesario, aplicar el sentido común en nuestra vida lo que incluye los razonamientos y las opiniones sobre todo cuando se exponen en medios de comunicación porque un dislate en privado no tiene trascendencia, pero cuando se dice a través de un altavoz puede herir, ofender o humillar a los receptores del mensaje. Estos días conocimos una sentencia que condenó a una tuitera por publicar un chiste que la Audiencia Nacional consideró que constituía un delito por desprecio, deshonra, descrédito, burla y afrenta a las personas que han sufrido el zarpazo del terrorismo y sus familiares y supone una actitud irrespetuosa y humillante que encaja dentro del delito de humillación a las víctimas. La Ley te puede gustar o no, pero hay que cumplirla y son los Tribunales los que han de valorar si lo que decimos incumple la Ley. 
Dicho lo dicho cabe censurar al podemita Pablo Iglesias cuando sobre esta sentencia dijo: “no se puede condenar a una persona por un tuit”. No la condenaron por un tuit sino por lo que decía el mismo. La afectada, una tal Cassandra, afirmó “me han arruinado la vida”. La vida te la arruinaste tú por lo que escribiste cuando además hay antecedentes de ese mal entendido humor que hace sátira de víctimas del terrorismo como Irene Villa a la que un irresponsable cargo público de Podemos mandó a un cementerio a buscar recambios. No vale todo y no veo sentido común alguno en humorizar sobre cosas que han causado tanto sufrimiento. Lo mismo digo de los bosquimanos que hicieron humor basura con el cuerpo sin vida de Bimba Bosé, todavía presente. Hay quien dice que por expresar este tipo de opiniones ofensivas y humillantes nadie debe ser juzgado y que caben dentro del concepto “libertad de expresión”, no lo comparto. Recuerdo a un reputado humorista que ante una pregunta de una periodista se sintió ofendido y le contestó: “que su pregunta era impresentable”. La periodista, también reputada, le explicó que una pregunta no puede ofender a lo que el humorista le espetó: “a bueno, en ese caso me permitirá preguntarle si usted es puta”. La indignación de la periodista puso punto final a aquella entrevista. Claro que hay opiniones que ofenden y preguntas que hieren, sobre todo por la intención y en esto entra la sensibilidad de cada uno por lo que la Legislación zanja cuestiones de carácter general y no puede valorar cuestiones particulares que tienen todas las interpretaciones que podamos darle. Para mí el problema es ese odio que está apareciendo con excesiva frecuencia y que busca, permanentemente provocar. Lamentablemente algunos de nuestros políticos están haciendo uso de esta “táctica” para buscar el enfrentamiento entre conciudadanos y, más allá de un titular o de un minuto de gloria en algún medio de comunicación, no aporta nada a la convivencia pacífica y democrática de los ciudadanos. Y llegamos al final porque esa mezcla de chistes basura y de opiniones ofensivas que estamos viviendo cada día se traducen en rencor y este mal sobre el que nada hay legislado es el que mantiene vivo el enfrentamiento entre españoles. Miren ustedes, todos los españoles de hoy somos hijos o nietos de algún bando de los que se enfrentaron en la Guerra Civil y el pueblo ha tenido la inteligencia de sobreponerse a la tragedia desde el primer minuto de vida de la Constitución del 78. Pero hay políticos que no, que mantienen odios y rencores para azuzar las vísceras del dolor y solo con un objetivo: ganar un puñado de votos. Porque la contienda civil está más allá del pleistoceno de la vida de nuestros jóvenes políticos que no habían ni nacido cuando los españoles aplaudíamos la llegada de la Democracia. Debían de pensárselo dos veces. El odio y el rencor es un mal servicio para nuestra sociedad.

 

Humor, odio y rencor

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