SILENCIOS CÓMPLICES

La imagen de una mujer ensangrentada con un cuchillo clavado en el cuello parece de una película de terror. Pero Mónica es de carne y hueso y entró por su propio pié en el hospital de Vigo donde trabaja. Antes de entrar en el quirófano tuvo tiempo para avisar a sus compañeros de trabajo: el responsable del ataque era su expareja. Esta es la  estremecedora foto fija de la última víctima de violencia de género en Galicia.
No había denuncia previa. Mónica no quiso o no pudo presentarla, seguramente porque no pensaba que las cosas podrían llegar tan lejos. ¿Cómo pensar que con quién se han compartido sentimientos pueda reaccionar con esa violencia?. Tampoco sus amigas, sus compañeras de trabajo que conocían lo que sucedía, que sabían del acoso y que  también conocían al acosador, tampoco denunciaron. Seguramente por respeto, por no inmiscuirse en un asunto privado.
Sin ánimo de juzgar a nadie, el caso de Mónica plantea una vez más la necesidad de la denuncia como paso previo a que se pongan en funcionamiento todos los medios de protección a la víctima. Todas las campañas están dirigidas a que sea la maltratada quien denuncie. Pero ¿y la familia?, ¿y el entorno de la víctima que es testigo de la violencia? ¿Es legítimo el silencio? ¿Acaso callar no es, de alguna manera, convertirse en cómplice del maltrato?
Llevamos años reclamando que la violencia machista no es un asunto de puertas para adentro. Es una lacra social, es un problema de todos y por tanto todos somos responsables. Sin embargo los datos son alarmantes: De las más de 32.000 denuncias presentadas en el segundo trimestre de 2013 sólo el 1,5% de ellas fueron de familiares de las víctimas. Y si contabilizamos las denuncias de terceros, apenas se supera el 3%. Las cifras son del Observatorio de Violencia de Género.
La violencia machista en muchas ocasiones es silenciosa, no sale de las cuatro paredes del hogar y cuando lo hace se pone en marcha el dogma del “no entrometerse en los asuntos privados de una pareja”.
Debemos tener claro que las víctimas no pueden ni deben sufrir solas. La primera tarea de las familias y de su entorno es el apoyo pleno y, en segundo lugar, convencer a la víctima de la necesidad de la denuncia. En caso de no conseguirlo es cuando debemos poner en conocimiento de las autoridades la situación.
Es verdad que la denuncia de un tercero o de un familiar debe ser confirmada por la víctima para que tenga efecto, pero al menos el primer paso para permitir su protección ya se ha dado. Porque el compromiso real contra la violencia de género pasa inevitablemente por acabar con los silencios cómplices.
(*) Carla Reyes Uschinsky es presidenta de
Executivas de Galicia

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