LEJANA NIÑA-BOMBA

Mientras millones de personas se manifestaban en París contra el terrorismo que acabó con la vida de 17 personas, en Nigeria dos niñas-bomba de diez años hacían explotar sus cuerpos atiborrados de explosivos en un conocido y frecuentado mercado en el norte del país. El resultado: 17 muertos y, por supuesto, la vida de las dos chiquillas. Dos días antes, otra menor de la misma edad hacía lo mismo en otro mercado en la capital del país: 20 muertos. No se ha confirmado la autoría de los atentados, pero todos apuntan ya a Boko Haram, ese grupo extremista que pretende instaurar un estado islámico en Nigeria. Todos hemos visto las caras de los terroristas de París, incluso hemos escuchado las delirantes explicaciones de sus actos. De estas chiquillas, sin embargo, no sabemos nada y lo más probable es que no lo sepamos nunca. Tampoco sabremos nada del reguero de muertos que dejan tras de sí.
¿Son terroristas esas pequeñas? Sólo un desprecio absoluto por la vida del ser humano, en general, y de la mujer, en particular, puede explicar que unos fanáticos iluminados conviertan a esas niñas inocentes en bombas andantes. Considerar que la mujer es un patrimonio similar a un camello y que se puede disponer incluso de su vida es el fundamento que explica que los fanáticos islámicos cometan semejante barbarie. Incluso las especies más atrasadas defienden a sus cachorros porque son la garantía de su existencia. En esta interpretación irracional del islam, hasta ese instinto básico es arrastrado por el fanatismo religioso. Esas niñas-suicidas no son terroristas, esas niñas son víctimas del terrorismo yihadista.
Esas pequeñas y las decenas de muertos que han dejado sus cuerpos son víctimas silenciosas. Son muertos sin nombres ni rostros. Nadie convoca manifestaciones en señal de protesta. Nadie muestra sus fotografías en los telediarios, nadie conoce a sus padres ni amigos. Pasarán a formar parte de las estadísticas que las ONG internacionales y la ONU utilizan cada cierto tiempo para lanzar campañas que sacudan las conciencias acomodadas. No es lo mismo morir a 300 metros de La Bastilla que en un mercado de tierra del norte de Nigeria. Nos lo enseñaron en primero de carrera. Sin embargo, los culpables, esos sí, son exactamente los mismos.
(*) Carla Reyes Uschinsky es presidenta de
Executivas de Galicia

LEJANA NIÑA-BOMBA

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