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“Mamá, ponles en su sitio” dijo mi hija adolescente al twitear la noticia de que la FIFA realizaría tests de feminidad a las jugadoras de fútbol que participan esta semana en el Mundial de Fútbol Femenino de Canadá.
Cándida es mi hija si piensa que yo puedo, desde esta humilde columna, poner a alguien en su sitio, pero lo cierto es que cuando leí la información al completo comprendí que el asunto merecía –al menos– el derecho al pataleo.
Parece que a la FIFA no le basta con copar las portadas con la detención de sus dirigentes por corrupción. Ahora, como si de una broma de mal gusto se tratara, amenaza con sanciones a las jugadoras que se nieguen a pasar las pruebas que confirmen que son mujeres. No es la primera vez que la entidad impone estos tests, considerados por muchos especialistas –además– ineficaces para determinar el sexo ya que se basan en criterios (niveles de testosterona) que no son determinantes.
Más allá de la polémica científica, lo que de verdad platea la medida de la FIFA es un tratamiento discriminatorio entre el fútbol masculino y el femenino. ¿Acaso a Messi o a Ronaldo alguien les ha pedido pasar un test de verificación de sexo?
Lo cierto es que la FIFA no ha demostrado nunca una sensibilidad particular hacia la igualdad de sexos. En sus directivas la presencia femenina escasea y su ahora dimitido presidente llegó a proponerles a las jugadoras que utilizaran equipos más ceñidos para atraer al público. Una iniciativa ejemplar en materia de igualdad.
Es una pena que muchas de las jugadoras se hayan plegado a realizar las pruebas e incluso las aceptaran con aire jocoso, como si les hiciera gracia. Sin embargo, ninguna gracia les hace a estas futbolistas tener que jugar en un campo de césped artificial y rematar los partidos con las piernas magulladas y ensangrentadas.
Fueron más de 60 las mejores jugadoras del mundo, entre ellas la gallega Verónica Boquete, las que presentaron una queja ante el Tribunal de Derechos Humanos de Ontario (Canadá) por trato discriminatorio por parte de la FIFA en noviembre de 2014. Pero al parecer los dirigentes de la entidad consiguieron a base requiebros burocráticos que las jugadoras tirasen la toalla y aceptaran jugar en las condiciones impuestas.
Algún entrenador llegó a decir que “las chicas ya están acostumbradas”, pero sin decir que ningún campeonato absoluto se ha jugado nunca en hierba artificial. La FIFA cambia ahora de presidente, tal vez sea el momento oportuno para también exigir cambios en el tratamiento sexista del deporte más popular del mundo. ¿Por qué el fútbol debería quedarse al margen?
(*) Carla Reyes Uschinsky es presidenta de
Executivas de Galicia

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