La pérdida de adeptos a la Marea llega en el peor momento

QUE no apareciesen los tuiteros rusos el día de la cuestión de confianza no fue una buena señal. La noche anterior daba la impresión de que en la plaza Roja, al pie del mausoleo de Lenin, no se hablaba de  otra cosa que no fuese el futuro de Xulio Ferreiro, el Varoufakis de A Gaiteira, pero, al final, nada de nada. Por la mañana, en María Pita, había muchos menos hoolingans de la Marea, nasía pa’ganá, de los habituales en las grandes citas. Mala cosa; ¡y tanto!, porque el viernes pasado en la presentación de la campaña de autobombo-blindaje por si acaso al PP y al PSOE les da por pactar aún había menos. Los ocho bolos por los barrios pueden ser el acabose; no sería raro que en todos ellos se batiese el récord negativo de la pseudopeletera Silvia Cameán, que solo fue capaz de reunir a trece personas en la presentación su renta social, unha ferramenta para medrar. Poner a desfilar a las concejalas vestidas de majoretes... tampoco sería una solución adecuada; resultaría demasiado machista. Así que los mareantes parecen condenados a la soledad de su alcoba. 

 

La pérdida de adeptos a la Marea llega en el peor momento

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