Pasarela veraniega

Vino y rosas. La alfombra dorada de la pasarela veraniega avanza entre susurros de brisas y croar de olas al horizonte. Las playas abren sus brazos seductores para recibirnos. 
Como tantas veces las máquinas y la naturaleza se funden y entregan lo mejor de sí mismas. Una golondrina no hace verano pero su presencia alocada estos días por La Coruña fundió los cables de la instalación eléctrica. 
Pese a eso volverán, para no dejar mal al poeta romántico, llamando a los cristales y colgarán sus nidos de barro de los balcones. En unos tiempos donde los estudios de humanidades aparecen en el perchero se miran con recelo las lenguas muertas, la lógica, la folosofía, la preceptiva literaria, la religión, la poesía.
 Y sin embargo son armas de futuro. La poesía, por ejemplo, hunde sus raíces en la antigüedad. Desde que el hombre sabe escribir constituye un misil. Y proseguirá su andadura. 
Es necesaria para vivir. No es racional, lógica, numérica. Es lo bueno que tiene. En eso consiste su necesidad. Es el sanatorio a donde acudimos para que nos administren ese oxígeno que tanto necesita nuestro cerebro de cartón piedra que únicamente aporta tarjetas de crédito, avales, hipotecas. 
Un mundo de mentiras donde jugamos al monopoly aguardando la última ola, anunciada por Luis Rosales, como caballo infantil en el baño, sabiendo que no se había equivocado en nada, salvo las cosas más queridas.
 Pues nuestras playas ofrecen un estilo nuevo y limpio conservando sus estructuras tradicionales. Cortan el pelo de diferentes formas y utilizan los tintes con prodigalidad: negro, rubio, algún azafrán azulado, y las mechas como arma secreta de conquista. Incluso muchas se tatuan buscando el marinero, alto y rubio como la cerveza, y voz amarga de acordeón. 
El caso es que muchas eligen su ventana y tienden sobre la arena robando brisa oceánica y rayos de sol.
 Las olas saladas piropean sin rubor.

Pasarela veraniega

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