Una reflexión necesaria

Aprovechando una pausa expositiva de este comienzo de otoño queremos hacer una reflexión aclaratoria de qué papel juegan hoy quienes se ocupan de comentarios artísticos en prensa. En primer lugar hay que decir que escribir de arte no es una tarea fácil, pues no sólo exige una formación humanística muy amplia, sino una capacidad de percepción especial y si además esta tarea se ejerce para el gran público, como es el caso, uno ha de esforzarse en hacer asequible lo que escribe, para el lector medio. 
En otras palabras, ni el ingenio, ni el barroquismo, ni el lucimiento personal sirven, sino la claridad expositiva y la claridad de conceptos. Y aun así, es seguro que el objetivo de llegar a todos no se cumple. Si a estas dificultades añadimos que hay que tratar de ser objetivo, de interpretar la obra desde el punto de vista del autor y de intentar  entender su universo personal, casi siempre sui generis, la cosa aun se complica más. 
Por otro lado, los periódicos ofrecen, para tal menester, un espacio reducido que exige una excepcional capacidad de síntesis, si se pretende decir algo enjundioso. Un reto, por lo tanto, que muy pocos entienden. Aún queda otro problema y es que cada artista se considera especial y tocado por los dioses, cosa que, al contrario, raramente se produce; de manera que los elogios y los panegíricos y las hipérboles muy pocas veces pueden pronunciarse, so pena de caer en falsedades que repugnan al espíritu crítico.  
El deslumbramiento y la emoción profunda provocada por una obra de arte es algo excepcional, que ocurre solamente cuando al dominio del oficio se añade una sensibilidad exquisita y una capacidad creativa portentosa; en otras palabras, es un milagro y los milagros, ya se sabe, ocurren pocas veces. El que ejerce la crítica, por ello –y según nuestro criterio– ha de mirar la obra con ojos amables, sin dejarse llevar por su propios gustos o preferencias,  examinando lo que allí ha querido decir el artista; lo que le obliga a no hacer juicios de valor, que le llevarían a rechazar lo que no encajase en sus propios gustos. 
Esta es nuestra postura y en los ya largos años en que venimos escribiendo de arte lo hacemos con sumo respeto, dejando con frecuencia a un lado nuestro personal criterio. Lo hacemos porque compartimos el pensamiento de Humberto Eco que, preguntado una vez por qué no era más duro en sus críticas, respondió que le parecía injusto destruir en unas horas o minutos lo que a otros le había llevado treinta o más años de vida. El artista: pintor, escultor, etc está obligado él mismo  a ser humilde y a hacerse una continua autocrítica; si su obra es valiosa, perdurará y, si no lo es, de nada sirve el elogio de la crítica que, bajo estos parámetros, sólo será un tributo a su vanidad.

Una reflexión necesaria

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