Los paisajes rurales de Pedro Bueno

En la sede que Arga tiene en la calle de San Andrés 28, el pintor coruñés Pedro Bueno  expone una obra inspirada en paisajes rurales de Trives, Piedrahita, Noia, Xares. Corcubión, Mariñán, Culleredo o Caneiros, lugares distantes, pero unificados por la singular poética de este artista del pincel que ha alcanzado la madurez y que consigue hacer del tradicional género del paisaje algo muy personal y novedoso, lo cual es realmente difícil. Pero es ahí donde radica el misterio de la pintura y de las demás artes: que los motivos universales sean interpretados de un modo nunca dicho y es ahí también donde la pintura se separa radicalmente de la fotografía, como ya explicara Cezanne; un fotografía lo capta todo sin excepción, una vez enfocado el objetivo, el pintor, por el contrario, selecciona y tiñe con su propio color, lo que en la realidad es de otro modo.
Esto lo hace magníficamente P. Bueno con una paleta reducida, casi a base de complementarios de grises y tonos ocre o siena, amén de un sutil empleo de blancos y negros; a esto se suma un hábil manejo de la mancha  que se expande suavemente en aguadas bien calculadas o se espesa en umbrías oscuras que luego permitirán resaltar el mínimo trazo.  En realidad, el número de técnicas de cualquier arte es más bien sobrio, reducido; lo extraordinario e inefable es conseguir con ese número discreto de medios algo que nadie ha hecho, algo que lleva el sello personal y además trasmite una emoción irrepetible.
La pintura de Pedro Bueno habla sin palabras; y así consigue que un añoso y cónico tronco blanco, junto a una cancela, sea mucho más que un árbol, que lo sintamos como el guardián del jardín secreto que nos está vedado; o hace que la blanca luz que reverbera sobre el empedrado húmedo de un viejo pueblo y que se agazapa en la sombra de un rincón nos incite a la libertad; percibimos como se escapa el horizonte por las escorzadas copas azulencas de los árboles que rodean una casa de aldea, en cuya quieta orilla se abre una amplia e incitante ruta, que suma su impaciencia a la de las altas nubes; junto al embarcadero de los Caneiros, entre las sombras que se emboscan en el negro enramaje y las aguas plúmbeas del río, una oscura barca, semejante a la de Caronte, aguarda para un extraño viaje. Unas chabolas de Culleredo, teñidas del piadoso dorado de unos árboles escondidos detrás, transforman  lo pobre  en bello, por gracia de la inspiración. Lo impenetrable se cierne sobre los Muíños de Traba y de Pedrachán y sobre los demás lugares que pinta, dejando en todos ellos  una impronta de conmovido silencio y de sonora soledad.

Los paisajes rurales de Pedro Bueno

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