NO HABLAREMOS DE PICASSO

Organizada por la Fundación María José Jove, el Kiosco Alfonso ofrece la muestra No hablaremos de Picasso, en la que participan diez conocidos artistas, que reflexionan sobre otros tantos temas, propuestos a partir de la obra de Picasso La modèle dans l’atelier (1965). Es este el único vínculo que los une y que sirve para resaltar la importancia del malagueño como experimentador y renovador del lenguaje plástico y “como semillero de temas” (según apunta la comisaria Marta García-Fajardo).
G. Baselitz aborda el retrato, basándose en una obra de Otto Dix, para mostrar que todo lo que el artista hace es siempre autorretrato, un modo de hablar de si mismo; sin color, invertida, inacabada, su pintura habla de espejismos y de sombras. Louise Bourgeois trata del erotismo con formas bulbo (entre seno y falo) que ofrecen una organicidad simple, reptante, biológica, con algo de bicho ancestral; de modo que lo sentimos más cercano a la sexualidad primaria que al verdadero erotismo que es refinado psíquicamente, como Eros predica.
Elmgreen & Dragset pretenden mostrar el deseo situando la escultura de un niño frente a una escopeta, a la que parece contemplar fascinado ¿o tal vez asustado? La memoria es el tema que ha correspondido a Anselm Kiefer, y que, como es habitual en él, reflexiona sobre el desastre de la guerra mundial, con la obra En el fondo del río Moldau: un río espeso, sucio, más magma que agua, arrastrando los desechos de la brutalidad humana y en cuya orilla descansa un submarino de plomo.
Con Cuadro muerto, Mateo Maté elige el tema del tiempo, que tanto calado tuvo en el Barroco, utilizando como ejemplo de la vanidad de todo el cuadro Una despensa de Adriaen Utrecht (s. XVII), obra maestra del bodegón que se va escurriendo hacia el suelo. Velázquez y el Siglo de Oro le correspondió a Juan Muñoz, que hace un guiño a las enanas del sevillano y a su gusto por la imagen, lo que refleja en Sara con espejo.
La percepción del espacio es estudiada por Ernesto Neto, con sus pendulares bolas en tejidos de crochet, que hablan de enlaces, de mallas y de conexiones continuas. Un gran lienzo blanco, una pintura derramada, unos pinceles entintados, una amalgama de collage sirven a Liliana Portes para reflexionar  sobre el proceso de creación.
Con la conocida sutileza del arte japonés Chiharu Shiota construye un leve taller, un recinto oscuro, en el que flotan, como alas blancas volanderas, leves hojas de papel y con ello predica de ese algo tan inasible, tan interior como es la intimidad. Para Sofía Táboas quedó la belleza, que ella interpreta, –con una enorme flor de cuatro círculos concéntricos–, como la armonía compositiva con que la forma da luz a una idea.

NO HABLAREMOS DE PICASSO

Te puede interesar