DOS MUNDOS CONTRAPUESTOS

Hablaremos hoy de dos artistas cuya obra se nutre de inspiraciones dispares y que exponen en dos espacios alejados:  Alejandra Fernández, en El Club del Mar y Enrique Tenreiro, en Afundación. El universo geométrico, con su orden medido, preciso, basado en la milimétrica armonía de las formas esenciales: el cuadrado, el círculo, el óvulo, el rectángulo y las tramas en forma de enrejado vertical constituyen la base de los cuadros de A. Fernández; pero a ello se añade el matizado juego del color y la variedad de texturas del papel que utiliza, de manera que consigue obras de gran belleza compositiva y de efecto óptico impactante.
Son los ritmos de la pausa, de la reflexión, de la serenidad; arquitecturas gozosas que filtran –como las persianas–, la luz que vibra tras los ventanales y las ondas que se solapan detrás, entre focos de luz ambarina, astros negros, arenosos remansos o celestes lagunas A. Fernández, arquitecto y máster de Estudios Teatrales y cinematográficos, ha colaborado en numerosas obra de publicidad y de cine y televisión, entre otras La mala educación y La piel que habito de Almodóvar. De ese guiño cinético, de ese ver velado y encantado por vaivenes de la mirada nacen estos Collages de factura exquisita.
En las antípodas, es decir, inmerso en la selva de la vida, en el retorcerse orgánico, en el barroquismo vegetal y floral, está Antonio Tenreiro, descendiente de ilustre saga, que convierte los troncos y las raíces de añosos árboles en formas anfibias: tortugas antidiluvianas, sirenas compungidas, gusanos enormes, torsos y anatomías torturados, vísceras sangrantes, heridas hondas y bulbosas criaturas de una biología inclasificable pueden ser imaginadas.
Expresionismo rabioso que se sirve de la espontaneidad de las formas que le suministra la misma materia y que tiene sus antecedentes en el art brut de Dubuffet o en el grupo Cobra, entre otros movimientos de ruptura con el canon. Así pues, la naturaleza, y de esta muy en especial el árbol en todo su torturado crecimiento, es el sujeto principal de sus esculturas  y motiva también los recovecos y revueltas de sus xilografías.
La pulsión anímica es, en su caso, más importante que la reflexión y su gubia se mueve al impulso de los meandros y laberintos que le dicta el curso del devenir que ha quedado impreso en las grietas y huecos de la madera: ningún ejemplo mejor que un centenario árbol para sentir la lucha de los siglos y el ansia de expandirse. Tenreiro toca ese misterio, pero también el de la muerte y la amputación, en los tocones ciegos, a los que busca redimir con piadosos cauterios de color.

DOS MUNDOS CONTRAPUESTOS

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