MÁRGARA FERNÁNDEZ Y LAUREANO VIDAL

Naturaleza y geometría: dos dimensiones fundamentales del universo humano se han dado cita en la galería Xerión; la primera representada por las figuras de terracota de Márgara Hernández y la segunda por las arquitecturas urbanas de Laureano Vidal. Si bien, en principio, parecen dos mundos contrapuestos, en realidad se complementan y se encuentran allí donde las formas que nacen de la tierra  y que se construyen conforme a leyes orgánicas, en este caso los seres humanos, llevan en si mismas escrito el impulso de habitar el espacio y, por ende, de crearlo y de embellecerlo.
Es la tierra misma la que se levanta y firme y erguida sobre sus poderosas extremidades, que semejan columnas, interroga con asombro; así, las dulces, tiernas y a la vez poderosas mujeres de Márgara parecen dirigirse hacia los cuadros de Laureano, con igual  estupor que un aldeano o un primitivo mirarían una gran ciudad vista por primera vez. Y este diálogo mudo establecido entre la escultura cerámica y la pintura es sumamente enriquecedor, pues nos habla, en metáfora, de nosotros mismos.
Por un lado, están las maternidades de orondas y torneadas formas, que son émulas del arcaico y universal arquetipo de la Gran Madre, desde Willendorf hasta escultores contemporáneos como Henry Moore; Márgara las imagina así, con sólidos cuerpos de carnaciones cálidas, rosadas y con rostros suavemente moldeados que transmiten ternura; todo en ellas son redondeces y curvas, con sus atributos femeninos senos y vientres abultados, acogedores. Frente a esto, L. Vidal lo somete todo a la ortogonalidad, dispara líneas en los espacios blancos, construye habitáculos en los aéreos azules, cruza edificios entre calles abiertas al infinito, hace flotar estructuras sobre espejeantes planos y asienta habitaciones entre las luces y las sombras.
Es esta otra clase de verticalidad, pero verticalidad al fin que también tiene su suelo y también tiene, a veces, sus tonos de color tierra, sus asienadas paredes. Los planos horizontales se encuentran con los verticales, creando una continua y escalonada fractura, una tensión de líneas quebradas que es también expresión de las tensiones del ánimo.
Es la ciudad, el mejor y más avanzado ejemplo de la evolución humana. Y es curioso, así como las  rotundas mujeres de Márgara aparecen  llenas de placidez, de paciente espera, las ciudades de Laureano se disparan como aguijones a la búsqueda del territorio ideal, dan la impresión de flotar y de estar en muchos casos como con andamiajes, ya en construcción, ya en deconstrucción, abiertas a todos los vientos. Tierra y aire, espíritu y materia: ambivalencia eterna.

MÁRGARA FERNÁNDEZ Y LAUREANO VIDAL

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