El “sin lugar” de Isabel Pintado

El verdadero arte es siempre el lugar de la utopía, la terra incógnita que el creador anhela encontrar para darle un refugio a lo que ama y para preservar lo bello y lo bueno (en el sentido platónico); por eso hemos elegido el título de uno de los cuadros de I. Pìntado: “Sin lugar”, para la muestra que actualmente realiza en el Colegio de Médicos, sito en la calle Riego de Agua.  Abunda, como ya es habitual en ella, en las atmósferas etéreas, gaseosas, orilladas de la inmensidad azul, pero también nos sumerge en las verdes umbrías de levitantes bosques o en el apacible y cálido rincón de un vergel íntimo por el que vuelan ingrávidos, vaporosos, los carmíneos pétalos del corazón. Son las cuerdas líricas del espacio y la luz, transformada en delicados matices, las que ella toca, con sabiduría plástica que nace de saber modular en armonía las tonalidades de los pigmentos, al ritmo de las pulsiones del alma, lo mismo que hace el músico. 
Y, lo mismo que las notas de la escala cromática, su pintura “vuela”, como vuelan las páginas de los libros que insistentemente la motivan; son ellas el símbolo perfecto del ansia de decir lo que paradójicamente permanece inefable, porque hablar de las honduras y heridas del alma o de ese mar enorme y también profundo de lo desconocido que nos rodea, es un reto expresivo que sólo puede resolverse con el artificio de la imagen. Y sea mar, o playa, o ciudad, o balcón o horizonte, son los territorios que limitan con un más allá invisible los que ella pinta; por eso sus ciudades no son verdaderamente como las que habitamos, son casas abiertas, habitáculos libres que confinan con el aire o con las nebulosas geografías del misterio. 
Igualmente sus ventanas o balcones están siempre abiertos, no tienen celosías, ni cristales, ni siquiera estructuras de ventana; son lugares para otear, son verdaderas atalayas, con algo de refugio transitorio, de espacio de paso y se las siente marcadas por la provisionalidad; de facto, todo lo que reposa en sus imaginarias repisas parece presto a elevarse, a irse difuminando entre las auras que lo circundan. Es de esa ligereza, de ese tránsito hacia la desmaterialización de lo que, preferentemente, habla su obra; nada está sujeto, nada tiene ataduras o, si las hay son como un aleteo de pájaros, traducido en policromías de gamas verde-azules, en especial el esmeralda (el color de los sueños) o el escarlata (el color de los anhelos). Ahí, al límite del desdibujamiento, flotan delicadas ramitas, místicos pétalos, como a punto de transverberarse, de perderse –como dice el poeta Miguel Anxo Fernán-Vello- “…no fluxo das horas que tremen no futuro.”

El “sin lugar” de Isabel Pintado

Te puede interesar