Juan Martínez de la Colina

Juan Martínez de la Colina (A Coruña 1958), licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona y docente de arte, expone en el anticuario Cosme and Son una selección antológica de su obra que abarca desde sus inicios, en los 80 hasta fines del 90. En la muestra se aprecia su evolución desde un planteamiento expresionista, que tiene por centro a la figura humana, hasta una pintura que se va haciendo más despojada, más silenciosa, donde las presencias se reducen a símbolos y una forma esencial: el  óvalo-óvulo  se repite sobre un plano liso y monocromo, acercándose así a ciertos presupuestos del minimalismo. 
Entre ambos extremos figuran cuadros donde comienza a aparecer el blanco vacío, traspasado de signos y grafismos. En sus creaciones del 80 predomina el gran formato, donde la mancha, suelta, amplia, dinámica, se agita sobre el lienzo en móviles masas de color contrastado en malvas, rojos, verdes, grises, azules, dibujando contorsiones, escorzos y anatomías de cuerpos no canónicos; alrededor y en torno a la figura, que suele estar sentada o tumbada, se mueven inquietantes e imparables masas; se presienten turbias, misteriosas, y extrañas presencias, o bien hay algo amenazante, como el negro perro que acecha a una mujer de carnaciones color sangre. 
Del año 85 son varios cuadros de cabezas, como el que titula “Degustador de café”, que tienen trazos potentes, de una expresividad similar a la de Cobra; son rostros torturados, dolientes, que tienen cuévanos por ojos y sobre ellos o a su alrededor se cruzan trazos potentes, con contrastes de color. La misma técnica expresiva aplica al cuadro “Cogiendo flores” que representa un trípode-cesto de rosas, rodeado de negros óvalos concéntricos; el pathos más exaltado emana de una cabeza roja que, rodeada de masas color chapapote, porta la leyenda Fira, fira, fira fin. 
A fines del 80 da paso a la serie Monolitos, en la que trabaAja con signos lineales y grafismos repetidos, y que traen ecos de las insculturas de los petroglifos; el cuadro “Exit”, de esta época, supone ya una búsqueda del espacio puro. Comienza el 90 caminando hacia una mayor simplificación, con “Autorretrato”, que representa una silueta negra de espaldas sobre un fondo rayado en bandas gris, malva y rosa, camina así hacia un simbolismo donde la sombra suple al rostro y significa un paso previo hacia los siguientes autorretratos donde solo queda el marco ovular traspasado de ondulantes líneas; ahí la identidad se disuelve y la vida ya es sólo movimiento, flujo, ondas en el aire, un continuo e inevitable pasar que, ingenuamente, tratamos de acotar en la quietud de un marco.

Juan Martínez de la Colina

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