JAVIER SANZ, EN LA ASOCIACIÓN DE ARTISTAS

La obra que Javier Sanz (A Coruña 1968) expone en la Asociación de Artistas, con el título de “Encuentros fortuitos”, siguiendo las pautas de la videncia, la sorpresa y el azar, rompe todas las convenciones de la lógica racional, como antes lo había hecho, entre otros, en sus libros “La memoria del espejo”, “El viento no tiene guión” o “La soledad le escribe cartas al olvido”; libros nacidos del resplandor de la imagen, como, por ejemplo, El viento se estira/ en el espacio o La ola/ aspira a salir del mar y que se mueven entre el territorio del epigrama, el aforismo o la greguería.
Él se declara surrealista y lo es, según predicaba uno de los poetas del movimiento fundado por André Breton: “El surrealismo es el encuentro de un cadáver y una máquina de coser sobre la mesa de disección”. Del mismo modo, él provoca esos encuentros y de pronto la realidad se hace otra, los límites entre lo real y lo imaginario se rompen y lo imposible se vuelve posible, al mismo tiempo que lo profundo se enmascara bajo una sutil ironía, lo feo se torna hermoso y lo útil se convierte en poético.
Así lo hace en una serie de fotografías con tratamiento digital, en las que nuestra Dársena ya no es un lugar para atracar barcos, sino violonchelos; un cerdito no es el sucio animal que sólo sirve para engorde, sino una sensible criatura que aspira el perfume de las rosas; de la boca del besugo salen perlas en lugar de burbujas; un murciélago se convierte en mariposa; o una de las ya viejas máquinas de mecanografía ilustra “La pasión inútil de escribir”, pues de sus teclas no brotan páginas sino trizados montones de papel.
Capítulo especial es el de sus objetos-escultura, que recuerdan los “objets trouvés” de Marcel Duchamp y que, más allá de su impacto visual, constituyen una reflexión sobre el tiempo y la condición humana; así el “Reloj embarazado” es una hermosa y antigua carcasa de reloj de salón, con el esqueleto de un niño dentro, en lugar de péndulo; “Nadie vence al tiempo” es un reloj de cuco, del que sale, en lugar del tal, un frágil esqueleto de pajarito; “Metáfora de la cruz” muestra una antigua y hermosa talla de Cristo sobre una bomba, en clara alusión a la barbarie humana.
Declara J. Sanz que “una escultura no es un objeto, es una interrogación”, e interrogación es la de ese esqueleto de loro que “se quedó hablando solo” en la jaula o el reloj en forma de árbol del que sale otro esqueleto de pajarito. Lo frágil, lo delicado son enfrentados a lo cruel y lo terrible, con bellas metáforas visuales, en un intento que nos recuerda el ansia de Chagall por “recuperar el país del alma”

JAVIER SANZ, EN LA ASOCIACIÓN DE ARTISTAS

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