EDUARDO CHILLIDA

Esta es la segunda vez –que sepamos– que la obra de Eduardo Chillida, que ahora se expone en el Kiosco Alfonso, puede ser vista en A Coruña, pues en 1999 el museo Unión Fenosa (hoy MAC) ofreció una notable muestra de sus trabajos en papel y de sus lurras de chamota; ahora en el Kiosco podemos ver otras piezas de hierro, piedra, dibujos y grabados, que confirman la constante ambivalencia de sus creaciones, que oscilan entre la levedad y la gravedad, entre lo ligero y lo pesado, entre lo que es fluido y lo que es estático, entre la naturaleza y el pensamiento; también atestiguan, sin duda, de su aproximación a la mística y a la filosofía oriental especialmente a la zen japonesa.
Así que, por un lado, está la tierra, el paisaje, el mar, las vivencias respiradas en el País Vasco y luego decantadas en la memoria y, por otro lado, están las reflexiones ontológicas, todo eso que viene del aliento, del espíritu del aire y que se materializa en tierra cocida, amasada como un pan y sometida al fuego. Es esta la poética de los cuatro elementos transformados en onda de ola, en entrelazo, en espiral de crecimiento y en tierra endurecida por la alquimia del horno de cerámica. Y más allá, en lo invisible, está el límite o, mejor, el horizonte de lo inalcanzable. Pues Chillida, como el mismo confiesa, es un artista de preguntas y las preguntas siempre son o deben ser sencillas, claras, como lo es su obra. Él explica el germen de su quehacer con una hermosa sinestesia: “La forma al principio es casi como un aroma indefinido…”
¿Cómo traducir a visión algo tan impalpable como un aroma? Él lo consigue con el papel, delicado, casi tan leve como ala de mariposa, en cuyo blanco de lino o de marfil sólo rezan perforaciones y signos negros; también siente que  es lo más cercano a la música y de ahí nace el Homenaje a J. S. Bach y el uso de un grafismo que recuerda las notaciones musicales; en la misma línea de desprendimiento, de desnudez, está su Homenaje a San Juan de la Cruz. Construir en el espacio y en el tiempo, con ritmo, con armonía, pero no condicionados por la ortogonalidad, ni por leyes racionales, sino abiertos a lo desconocido, a lo poético, al asombro. “El artista –dice– debe hacer lo que no sabe”
En palabras de Antonio Niebla: “Si con el hierro Chillida abraza el aire, con la piedra el silencio y con el alabastro la luz, con el papel abraza el secreto”. Es ese secreto, ese indefinible, ese seguir el propio curso tras la remota estrella, “guiado sólo por un aroma” ese no saber, lo que lo motivó. Así que los versos de S. Juan de la Cruz podrían aplicársele: “ Y quedeme no sabiendo/ toda ciencia trascendiendo”.

EDUARDO CHILLIDA

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