La desgarrada poética de Ana Lamuño

Como pasan los días, fragmentándose en rotos recuerdos, así la obra de la gran pintora asturiana Ana Lamuño, coruñesa de adopción,- que expone en la Asociación de Artistas- se construye con elipsis de tinturas y manchas y fracturas de pigmentos y collages de materias, exquisitamente modulados; deja también en el papel o en el lienzo signos y ritmos quebrados, y superficies con heridas, con roturas como las de las cortezas de los viejos árboles o como los imborrables y desdibujados estigmas que el tiempo va dejando en las piedras centenarias.
Se trata de una poética puramente plástica, táctil, de una sensibilidad casi mórbida, que habla por lo mismo directamente al corazón y que encanta el ojo, sin que podamos saber bien por qué, como nos ocurre con la música o con el poder evocador de los grandes poetas.
Por eso hablamos, en su caso, de desgarrada poética, porque, al contemplar su trabajo, se siente una dulce laceración del ánimo, un rasguño gozoso que sólo pueden producir las creaciones maduras de aquellos que han sabido transformar el dolor en belleza; o podríamos hablar de expresionismo, pues ex-presar significa hacer salir por presión hacia afuera lo que se tiene dentro del alma; pero además “Desgarramiento” es el título de una de sus mejores composiciones donde la cartulina negra se rompe y se dobla de abajo arriba, para crear a la vez un pasadizo o entrada de cueva y acoger en lo alto el oculto mensaje de un rulo blanco iluminado por dorados espartos.
A. Lamuño huye de la grandilocuencia, para buscar la humilde estética de los materiales modestos: el papel,  la harpillera, los pétalos de las flores secas o una gastada tela…, transfigurándolos en opulentos tesoros, por obra y gracia de la magia transmutadota del arte; y con la misma exuberancia de quien es poseedor del numen traza signos, escribe números, hace volar grafismos, raya en rojo o en negro las páginas de color de daguerrotipo, tiende cordones en el aire, sujeta al soporte  rollos secretos semejantes a relicarios, deja huellas y señales y marcas sobre los marfileños fondos del cartón y arenosas texturas de color torrefacto sobre las sombras negras de los lienzos.
Así, sugiere espacios de intimidad, estancias secretas y recogidas, casi conventuales, maravillosamente entonadas en sobria paleta de negros y tierra tostada; o ensueña alguna blanca nave para viajar a espacios desconocidos; o deja una alegoría  del tiempo que discurre “A paso de tortuga”, como un animal antediluviano. Instalada al borde de la extrañeza va inventando “Otro mundo, otros sueños”, el mundo y los sueños que se embeben de los grandes pintores del pasado, como Paolo Ucello, para transmitir al futuro  un testimonio de fe en el poder transformador de la belleza.

La desgarrada poética de Ana Lamuño

Te puede interesar