De Austerlitz a Giverny

De nuevo expone en  Arte Imagen el pintor catalán Joan Laborda; lo hace con la muestra De Austerlitz a Giverny, que bien podría calificarse de viaje iniciático, con sus ordalías o pruebas de paso que, una vez interiorizadas, brotan transformadas en pintura viva. El título, –nos advierte, pues, el pintor–, responde a esa radicalidad vivencial, y expresa el tránsito, desde el espacio  dolorosamente liminal que es la estación de Austerlitz en París (y que tan bien conocemos por experiencias parecidas), al gozoso encuentro con los jardines de Monet en Giverny.
Es un camino desde la soledad y la noche, con sus tintas mórbidas, hasta el esplendor de la naturaleza; desde la oscuridad hasta el jubiloso colorido; desde la muerte de lo viejo hasta la regeneración. Un hombre se pierde en la inmensidad nocturna, con sus bártulos y su perro; no grita, pues un silencio espeso lo acompaña, pero el cuadro, en su desolación ontológica, trae evocaciones de El grito de Munich; y, en ese “grito” callado lo acompañan las pobres princesas de la noche; son Las señoritas de la calle Mallorca (émulas de las de Avignon), las ramerillas que deambulan por los desiertos boulevares, bajo la gélida luz de la luna; hay un latir compasivo, una piedad honda en ese pincel que las dibuja al modo expresionista, entre resplandores de infortunio.
Gusta J. Laborda de servirse de las parábolas de la vida, de las que ha ido desgranando la historia del arte que tan bien conoce y también de aquellas que han quedado grabadas en los cuentos infantiles en clave arquetípica; también esos cuentos, como el de Blancanieves o el de Hansel y Gretel hablan de pruebas de paso, de caminos y bosques encantados donde el alma es acechada por peligros mil y del alto precio que tiene adquirir el conocimiento.
En este sentido, su pintura  se hace cada paso más honda, a la vez que también evoluciona estéticamente. Así, tras el expresionismo del que partió, con sus potentes collages y sus trazos desgarrados, adviene ahora el triunfo de la belleza, la exaltada policromía, el reencuentro edénico con la naturaleza, expresado a través de exuberantes lirios que entretejen raíces coloreadas en las entrañas de la tierra, de mariposas cuyas alas transportan jardines de luminosos matices; o de simbólicos tableros de billar, de vibrantes planos, donde se juega la cambiante partida del vivir. Y, finalmente, como hito de ese camino, que va de los obstáculos a la apoteosis, está Giverny y sus nenúfares encantados, una paráfrasis libre que gotea “lágrimas” de emocionada belleza.

De Austerlitz a Giverny

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