El partido estupendo

Ciudadanos ha sido el primero en substanciar su congreso. Con primarias y todo, aunque para hacerlas hubo de sacar a dos “espontáneos” tan desconocidos como irrelevantes ante la omnipresencia de Rivera. También se han sacado de la chistera, para animar el cotarro, una discusión sobre si son liberales y borran el otro apellido que llevaban, el de socialdemócrata y dice Albert que es que así es como ven ellos, con lo de liberal progresista, que se combate mejor al populismo.
Lo que de verdad ha parecido al personal es que Ciudadanos es Albert Rivera, aunque en un ataque de humildad el líder haya quitado las tres inmensas fotos que decoraban el exterior de su sede madrileña. El poder en la formación naranja es él y el rango lo establece la cercanía con él en la foto de familia. Los que están más cerca son los que, por delegación, más mandan y la lejanía, aunque sea de un puesto en la fila, hay que interpretarla también en esa clave pero en diferente sentido. La formación naranja ha pasado el expediente congresual apaciblemente, lo que ya les gustaría decir a PSOE y Podemos, pero esa sensación generalizada que “ni fu ni fa” no es precisamente, ni tampoco, el mejor síntoma y, aun menos, se compadece con esa proclama de que van a gobernar en 2019. Más bien lo que se barrunta es que pueden, a día de hoy, darse con un canto en los dientes si se quedan como están.
Decía Rivera, y es verdad, que sus logros en electorales han sido potentes: 32 diputados nacionales y una pléyade de diputados regionales, provinciales, concejales y hasta algunos alcaldes. Desde luego, pero no es verdad eso de que superaron sus expectativas. No. Ahí es donde se la pegaron. Y no solo porque bajaron de 40 a 32 escaños en tan solo unos meses sino porque ya en el primer envite hubo días que hasta creyeron que se quedaban segundos y vamos, que hasta ganaban. La expectativas fallidas es lo que, aunque no lo digan, les ha escocido más que nada y hecho que en buena parte sus futuros estén ensombrecidos.
Es cierto que C’s ha prestado grandes servicios a España. Y sería injusto negárselo. Fueron piedra de toque para desbloquear el gobierno y eso queda en su haber. Pero también tienen cosas en el debe. Aquella collera y aquella entrega a Sánchez les pasaron factura. La sobreactuación y la continua pasarela televisiva también. Pero ahora, y más que nada, son la sensación de veleta y de doble vara en sus medidas lo que más daño les hace. Que se mueven por donde piensan que va a soplar el aire y que son muy comprensivos y blanditos con respecto a unos y muy severos y duros con respecto a otros. Vamos que en Andalucía tragan con imputados y lo que les eche Susana y en Madrid o Murcia parecen estar ansiosos de perseguir al primero que asome y en ocasiones hasta antes de que lo haga. 
Y con todo resulta encima que ni siquiera sea esto lo que de verdad y lo que más que a gobernar les puede llevar a la irrelevancia. Es un aparente intangible pero que rasca. Y eso ese ir de estupendos totales por la vida y la política. Ellos son estupendísimos y así se presentan. Nos parecen estar preguntando siempre: ¿pero cómo no os dais cuenta de lo estupendos que somos? En algo que también empieza a detectarse y que va inherente a el “estupendismo”. El “bienquedismo”. El “quedar bien” como primera opción y fórmula de transitar por la política. Nadar, guardar la ropa y ni mojarse la piel. Pues con eso es que suele pasar que te quitan la ropa y sales el agua en cueros y tiritando.

El partido estupendo

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