El milagro de la bandera

Los separatistas y sus cómplices podemitas han logrado un milagro que cuarenta años de democracia no habían conseguido: derecha e izquierda abrazan juntas la bandera constitucional. Porque es la primera vez en mucho tiempo que la inmensa mayoría de los españoles se sienten amparados por ese símbolo, entienden que deben defenderlo y lo exhiben sin complejo. Las ventanas y los barrios lo proclaman al aire. Y quien iba a decirnos que fuera a ser Barcelona el epicentro de tal erupción.
Hasta ahora, la izquierda tenía marcado que su aceptación era más obligación que devoción. Con la novedad de que con la eclosión revanchista de Podemos se había dado un paso, que inició tampoco se olvide el ínclito ZP, hacía la directa agresión. La bandera constitucional era y es considerada y tratada como un símbolo que marcaba a quien la lleva como facha.
Quizás haya que repasar la historia para explicar el por qué de tal aberración. La bandera tiene muchos siglos entre nosotros. Fue primero enseña de nuestra Armada, por su gran visibilidad en el mar, y luego Carlos III la instituyó como símbolo nacional. Hasta hoy y con un paréntesis desgraciado y trágico. La II República, porque la I la mantuvo, decidió sustituirla, cambiando su franja inferior amarilla por una morada. El franquismo se apropió entonces de la vieja enseña en exclusiva y la utilizó como parte de la esencia de su propaganda nacional contrapuesta a la España roja. Durante los años de la dictadura con ella enarbolada de continuo se convirtió en símbolo exclusivo de la dictadura y su represión.
Alcanzada la democracia los partidos de izquierdas la aceptaron. El PCE fue el primero, el 14 de abril de 1977, una semana después de su legalización, pero fue más que otra cosa un gesto de apaciguamiento,. El neonato PSOE, resucitado tras muchos años de escasa presencia y casi total inanición, que emergía con una fuerza imparable, se permitió durante más tiempo el desdén y seguir en juegos republicanos. Pero en términos generales se aceptó y cuando los socialistas llegaron al poder se normalizó.
Sin embargo, en ello no hubo ni empeño ni cariño. La bandera había quedado manchada por el secuestro franquista, y se le daba un trato similar a ese terrible que puede sufrir una mujer violada a la que encima se desprecia por haberlo sido. Esa fue la actitud. La democracia parecía no querer ni acabar de liberarla del secuestro ni restituirla con todos los honores. Alguna vez, cuando ganábamos en deportes, hasta se la paseaba por las calles. Pero mas allá de ello poco y sí más de silbar el himno y menospreciarla en cuanto hubiera ocasión.
El milagro se ha obrado ahora y en esta ocasión no es deporte sino razón y sentimiento. Lo que ha unido es la agresión más descarnada a lo que representa y que, sobre todo, representa ahora. La libertad, la democracia, la tolerancia, la Constitución, la unidad de los españoles y, sobre todo, a su pueblo soberano al que el separatismo quería robar sus derechos. La bandera se ha levantado como símbolo de eso. Más de presente y de futuro que de pasado. Más de que ha sido bajo ella donde España es hoy un país moderno, democrático, que ha dado un inmenso salto hacia adelante hacia el bienestar y el progreso.

El milagro de la bandera

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