VERGÜENZA

El tramo final del partido ya no se jugó en Zarzuela, porque el ruido electoral se sobrepuso a la tercera ronda del rey con los partidos, mientras la opinión pública y los medios cantaban a coro el fracaso de una clase política incapaz de cumplir con su deber. En este caso era otro el de cubrir el vacío de poder institucional dotando a España de un Gobierno a la luz del mandato salido de las urnas del 20 de diciembre.
Me uno al fogonazo verbal del exministro de Educación, Ángel Gabilondo. “Siento vergüenza”, respondió cuando le preguntaron el martes por la situación creada con la falta de Gobierno y la inevitable repetición de elecciones generales, sin que el bien del país o la invocación de los intereses generales hayan ocupado el discurso de los partidos políticos durante los cuatro meses transcurridos desde que las urnas hablaron.
Pero ahí están los males del vacío de poder. Nadie ignora el catálogo de trastornos derivados de la interinidad política y la incertidumbre económica. El vacío de poder frena la economía, dispara la inseguridad jurídica, reduce la influencia internacional de España, favorece las reclamaciones del nacionalismo catalán, deja al borde de la parálisis a la Administración, afecta al funcionamiento de las instituciones y daña su imagen, etc.
Algunos creímos que, visto el fracaso del legítimo intento socialista de jugar al centro-izquierda en nombre del cambio (C’s-PSOE-Podemos), Pedro Sánchez no obstaculizaría la formación de un gobierno de centro-derecha (PP-C’s), mediante una postura de neutralidad en la investidura sin entrar en un gobierno de Rajoy. Pero ni se le pasó por la cabeza.
Ahora nadie quiere hacerse responsable del fracaso. Se culpan unos a otros, mientras se palpa que los votantes asumen una sobredosis de desaliento que se va a traducir en un aumento del abstencionismo el 26 de junio. Eso favorecerá al PP, que a la vista de lo ocurrido ha mantenido inalterable o al alza su índice de fidelidad de voto. Simplemente por quedarse donde estaba, a la espera de que Sánchez se dignase a hablar con Rajoy. Todos menos Rajoy se movieron mucho, pero solo para volver al punto de partida.
Esos son los vectores dialécticos de la campaña que se avecina. El PP culpa al PSOE y el PSOE culpa a Podemos. Lo cual confirma la validez de la ecuación formulada en Moncloa el día después l 20-D. A saber: el PP no puede hacer nada sin el PSOE y el PSOE no puede hacer nada sin Podemos. Rajoy lo clavó. Bien mirado, es el único que ha obtenido rentabilidad política y electoral de una comedia de enredo que duró cuatro meses.

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