“UN AMIGO PARA FRANK”

La ciencia ficción no es solo cuestión de minorías. Ni de grandes secuencias de acción, aventuras extremas en lejanos planetas plagados de extrañas criaturas o romances entre especies de anatomías inverosímiles. La ciencia ficción es un marco que permite especular más allá de lo presente para reflexionar sobre lo que se quiera. Incluso sobre algo tan íntimo y cercano como la veloz erosión de la memoria en la vejez.
En tono de comedia, pero con pinceladas de drama trazadas con maestría, “Un amigo para Frank” nos ofrece un ejemplo de este tipo de ciencia ficción minimalista. Un exladrón de guante blanco, interpretado por un sobrenatural Frank Langella, acepta a regañadientes un robot doméstico regalado por su hijo (James Mardsen) que pretende facilitarle la vida y de paso liberarse de tener que velar por su padre tan de cerca. Sin que en ningún momento se rompa la verosimilitud de que el robot que acompaña a Frank es una máquina, la relación de amistad que se establece entre los dos es a la vez un retorno a los clásicos dúos dispares de la mejor comedia y una reflexión, más emotiva que ácida, sobre la soledad.
Jake Scherier, que debutó con esta cinta, acierta al rendirse a sus actores. Langella está inmenso. Pero no lo están menos sus hijos en la ficción, James Mardsen y Liv Tyler, que encarnan perfectamente a esos hijos que tratan a sus padres más en función de sus compromisos con sus propias vidas que según los intereses de los ancianos. Y sobresale, al mismo nivel que Langella, una excepcional Susan Sarandon, que interpreta al personaje responsable de una vuelta de tuerca en el guion tan inesperada como conmovedora. En resumen, un título que demuestra como un género normalmente asociado al gusto de los fantasiosos puede hablar de temas del día a día sin nada que envidiar a un buen Eastwood. 

“UN AMIGO PARA FRANK”

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