El gran reto de gobernar

Cuando se diluyan las palabras como las generalidades discursivas en el recuerdo de un hemiciclo poco acostumbrado a la dialéctica de la confrontación inútil como algunos se aferran entre términos grandilocuentes, insultos y alegatos a la protesta, el foco no se pondrá ya en la investidura, lograda esta se derrumba un primer obstáculo. El gran reto es la gobernabilidad, gobernar día a día, gestionar lo público tras el larguísimo paréntesis político, sinónimo de incapacidad e impotencia de los mismos que, ahora, se disponen a desbloquear el absurdo callejón donde nos han conducido.
Se acaba un primer tiempo de zozobra. Arranca otro distinto, divergente, de conflictos entre partidos, con la mano aparentemente tendida al diálogo, al consenso, pero de enorme incertidumbre. Despejada la niebla de la investidura, llega un nimbo tan grisáceo como ignoto, nadie sabe cómo será la gobernabilidad. Y el decir gobernabilidad significa dos cosas, cintura flexible en política y, coronando esta sin duda, pero siendo cimiento además, la estabilidad. Ningún gobierno sin estabilidad perdura. Al contrario es efímero. La actitud dialogante, una vez marcado el compás de gobierno, la voluntad no cerril de llegar a acuerdos que acometan las reformas será el oxígeno de esta legislatura si todos quieren. Pero no solo se gobierna con diálogo, hace falta partitura, guión, decisión y llegar a acuerdos, unos básicos y puntuales, no menos urgentes, otros de mayor trascendencia, de más negociación, cesiones y con altura de miras. Medidas que trascienden la inmediatez del gobierno y que necesitan luces largas, distancias medias, prontitud de reflejos.
El socialismo se debate entre sobrevivir o sobrevivir, sin más errores, sin más rencillas autodestructivas. El papelón de Hernando, que defendió otrora el no y ahora la abstención, escenificó la tragedia interna que viven, esquivando el abrazo del oso con que el candidato a presidente culminó su intervención. Cada guiño al socialismo del presidente es aliento en la alforja de un Podemos decididamente empeñado en la protesta, el ruido y la poca voluntad de edificar. Solo insulto, arrogancia y altanería irónica de Iglesias que se autoinviste de líder de la oposición. Rivera, con clara chaqueta de centrista, necesita reivindicarse cuanto antes, consciente del alambre en que ha caminado estos meses, quiere pactos, busca acuerdos, ya sea condenando toda amnistía fiscal como inquiriendo una nueva reforma fiscal, educativa, sanitaria y también política. El recado queda mandado, no a la burbuja política periférica. Sí a presupuestos sin recortes en educación y sanidad. 
El nacionalismo catalán sigue en su impenitente elipsis buscando titulares y escenificando su ruptura oportunista, negando diálogos y acuerdos salvo uno, referéndum o referéndum. El resto importa solo para las conversaciones o reuniones privadas. Gobernar o gobernar. Responsabilidad propia y específica del presidente que deberá cambiar no pocas actitudes, formas y discursos si anhela estabilidad y perdurabilidad que haga que esta legislatura no fracase antes de tiempo. Tiempos que nadie aventura fáciles, pero que pueden ser esenciales para asentar, edificar, y restañar un país, una sociedad y una política fracturados. Todos son responsables de la inestabilidad que han creado, así lo reconocieron en el hemiciclo sus señorías, pero más lo serían si no son capaces de llegar a acuerdos, a pactos. La gran baza de esta legislatura. La sal y la pimienta de una etapa que se antoja con olor a nuevo.

El gran reto de gobernar

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