Dos Españas, un abismo y ningún terreno para el encuentro

Supongo que cada gran confrontación parlamentaria es una constatación de que hay dos Españas (al menos dos) irremisiblemente enfrentadas. Nunca, quizá, como este miércoles. Los dos principales políticos de este país, el candidato a presidente del Gobierno y el líder de la oposición, no solamente tienen una visión diferente de la nación y dos estilos diametralmente opuestos: es que se aborrecen patentemente en lo personal. Y lo personal, como ocurre con las formas sobre el fondo, tiene gran importancia en política. Hasta por la literalidad de unos versos de Machado se enfrentan ambos: no hay el menor terreno de encuentro, y el país va, sin la menor duda, a sufrirlo. Ya lo está sufriendo.


Pedro Sánchez estuvo frentista -hora y media de invectivas contra la España ‘de la derecha’ frente a la de progres-, agresivo, un punto cínico cuando achacaba a ‘los otros’ culpas que le podrían ser atribuidas. Y, si se me permite, también un pelín chulesco, desafiando a las leyes de la evidencia y, claro, a las hemerotecas. Sánchez es, sobre todo y además de muchas otras cosas, un pragmático, y sus propias afirmaciones lo corroboran: “las circunstancias son lo que son”. Una frase que todo lo justifica, como la de ‘hacer de la necesidad virtud’, también empleada por él en ocasión anterior.


Pero su discurso es eficaz para la bancada propia, desconcierta a los de enfrente y sugiere promesas de una España mejor para una ciudadanía que necesita aferrarse a las viejas seguridades para salir de sus incertidumbres: “sin seguridad no hay democracia”, dijo entre aplausos, provocando carraspeos en las bancadas de la oposición. Casi tantos carraspeos como cuando proclamó que “en la discordia no puede haber prosperidad”. Fue, con todo, más aplaudido por los propios que abucheado por los ajenos, y la presidenta de la Cámara, Francina Armengol, solo tuvo que intervenir dos veces, es la verdad, pidiendo calma a Sus Señorías, que, por cierto, muy calmadas no estaban.


Imposible saber, en este contexto, cómo va a ser la Legislatura que este jueves, con la victoria por 179 escaños frente a 171 de su oponente Feijoo, va a iniciar formalmente un Sánchez que ni ha estado acomplejado por hallarse desde hace casi tres meses en funciones -de hecho, ha sobrepasado con mucho las atribuciones que le permitiría la Ley del Gobierno- ni tampoco se ha dejado apabullar por la evidencia, como, por ejemplo, cuando aseguró que la convocatoria electoral para el 23 de julio fue escrupulosamente constitucional, sin que nadie le rebatiese (hay que leer el artículo 115 de la Constitución para constatar que se violó palmariamente la letra de la carta magna). Hasta sacó a relucir el viejo espantajo del franquismo para acusar a Feijoo de aliarse con los ‘franquistas’ de Vox. 


He sostenido reiteradamente que Pedro Sánchez es un fuera de serie en lo suyo. Un personaje para quien las líneas rojas constituyen casi un desafío deportivo para saltárselas, alguien a quien las hemerotecas, la realidad constatable, le resultan insignificantes incidentes en el camino hacia la gloria o, al menos, hacia la supervivencia. Alguien que desprecia tanto a quien se le opone que ni se molesta en eliminarle definitivamente de la carrera política: lo hiberna, para que vaya arrepintiéndose. Dibuja un panorama rosáceo de futuras realizaciones y te quedas con la sensación de que va a ser capaz de cumplirlas, al menos las de trámite, que las grandes falsedades se contienen solo en los grandes postulados. Los fundamentales, eso sí. Juega con el transporte gratuito a los jóvenes, con las subidas de salarios mínimos, con las promesas de suprimir las listas de Sanidad, con la mejora de la vivienda para todos, con el arte de quien se sabe poseedor del ‘Boletín Oficial del Estado’ .

Dos Españas, un abismo y ningún terreno para el encuentro

Te puede interesar